Quizás les parezca un disparate, pero yo comparo en muchas ocasiones a los libros con el vino. Y es que los dos elementos tienen vida propia y varían en función de quien los lee o los saborea, teniendo en cuenta que, además, bien dosificados, sirven para excitar el pensamiento.
Los tintos son ideales para los clásicos, los blancos jóvenes para las novelas, claretes para relatos o cuentos y espumosos para la ciencia ficción; maridajes al gusto y, para la poesía, un gran reserva o lo que la ocasión te demande.
Pero como dice mi buen amigo Paco: el vino está bueno o malo, que ya está bien de tanta tontería y tanto esnobismo sobre el néctar de los dioses. Pues a los libros les pasa igual, son buenos o malos, y lo mismo que determinados caldos son del gusto de sus consumidores, también los textos necesitan su momento.
Así que, cuando el estado de ánimo no es el mejor y no consigues centrarte, lo más conveniente es aplazar la lectura para otra oportunidad. Al vino le sucede algo parecido, pues a veces, no lo disfrutas y ya ni te alivia ni te reconforta, y entonces también debes esperar la ocasión.
Por eso, después de las consideraciones anteriores, tampoco me resulta descabellado comparar mi última lectura con la agradable sensación de paladear un frío verdejo tomando el aperitivo. Y es que "Lúcidos bordes de abismo" era un libro deseado para reanudar mi curiosidad sobre "Los Panero", una rareza que, seguramente, comparto con más lectores puesto que ya se ha publicado la tercera edición.
El libro de Luis Antonio de Villena añade más datos íntimos sobre esta saga de poetas de Astorga, un ejemplar con poco más de doscientas páginas donde el autor aprovecha para construir el relato describiendo sus vínculos de amistad con los diferentes hermanos.
El escritor destaca en varias ocasiones la importancia que tuvo "El desencanto" pues esta película de culto, por su innovador formato, es un documento imprescindible para todo aquel que desee indagar sobre esta extravagante familia, un filme que muestra la frustración y el drama íntimo de los personajes, cada uno con su singularidad.
La madre, Felicidad Blanc, de una belleza dulce, elegante y frágil debe afrontar el desmoronamiento de la familia tradicional basada en el nacional-catolicismo y, además, soportar el conflicto individual de los hijos.
Villena es mucho más explícito sobre su amistad con Juan Luís, el primogénito del vate franquista. Aunque en 1988 Juan Luís fue el primero en ganar el acreditado premio Loewe de poesía, nunca tuvo el reconocimiento entre los nombres de prestigio de la época, pero tengo que admitir que me encanta su poema "Frente a la estatua de Leopoldo Panero", un ajuste de cuentas sobre la figura de aquel padre autoritario, un cara a cara desigual para mostrarle repulsa y admiración en unos versos repletos de ironía, una pugna entre la desmitificación y el halago. Además, al recitar algunas estrofas, su cadencia me entusiasma, como si del rezo de una letanía se tratase:
y las calles de Leopoldo Panero/ y las lápidas de Leopoldo Panero/ y el premio Leopoldo Panero/ y el colegio Leopoldo Panero/ y tu efigie entre otras ilustres/ en los muros solemnes del Ateneo/ y por fin esta estatua de Leopoldo Panero/ que contemplo en un helado atardecer...
Estas palabras muestran el concepto freudiano de matar al padre o la frustración de no estar a su altura reflejado en un poema lleno de dolor, reproches y admiración a partes iguales. Y por qué no decirlo, también en todos los hermanos se evidencia un disimulado complejo de Edipo en diferentes grados de intensidad, quizás Leopoldo manifiesta ese trastorno con mayor rotundidad en su poesía autodestructiva.
El libro muestra un ambiente cultural sobre lecturas, afinidades, reuniones y eventos, pero en sus páginas resaltan sin duda las conversaciones entre eruditos acerca de la poesía. Eso me lleva a hacer ciertas observaciones sobre el universo de la lírica y los poetas, un ambiente que suele ser reducido y concentrado y, sobre todo, sobornado por la endogamia de sus actores más destacados, personajes ensimismados que se retro-alimentan del éxito o del fracaso.
Además es evidente que la poesía interesa poco, porque, ¿para qué sirve la poesía? una pregunta que casi nadie se hace. Pero la poesía pretende explicar el misterio del ser humano, escudriñar en sus sentimientos, analizar sus pasiones y entender sus contradicciones, de ahí su dificultad para ser aceptada por una sociedad que está a otras cosas.
Al rebelde Leopoldo María Panero la poesía le ayudó a sobrevivir a pesar de su locura. Quizás por tener una obra abundante es el que más ha trascendido, aunque su estilo fuese provocador, trágico y autodestructivo.
Se habla menos de Michi, que nunca se interesó en escribir poesía, aunque sí artículos periodísticos en épocas puntuales. Duda Luís Antonio que el menor de los hermanos fuese un personaje de la "Movida madrileña", aunque en aquellos años no era raro confundir a los bohemios como Michi con aquel movimiento contracultural. Pero sí lo identifica como el inductor de las dos películas sobre la familia, aunque "Después de tantos años" es un largometraje que viene a ser una vuelta de tuerca sobre el drama familiar para hacer caja. Seguro que hubo un interés económico puesto que los Panero eran ya una familia venida a menos que no andaba sobrada de dinero.
También Francisco Nieva en su libro de memorias "Las Cosas como Fueron" refleja de pasada su punto de vista sobre el clan, pero su opinión no va más allá de cuatro páginas donde vuelve a resaltar la inteligencia, la belleza decadente y la fragilidad de la madre Felicidad Blanc.
Respecto al joven Leopoldo María y al principio de conocerlo, recela de sus muestras "genialoides", declara sus dudas sobre aquella ingeniosa excentricidad en su esporádico trato, preguntándose si su actitud era verdaderamente un desvarío creador o simplemente una pose de poeta loco para mostrarse más temerario. En cuanto a Juan Luís, se revela un episodio de enfrentamiento que determinó su total aversión al primogénito de los hermanos Panero.
Pero con todo, esta saga sigue despertando la curiosidad a pesar del paso del tiempo, aunque bien es verdad que ese interés anacrónico o extemporáneo tiene algo de friqui.
No se me olvida la única vez que vi a Leopoldo María, en la Feria del libro de Madrid, probablemente una de sus últimas apariciones en público allá por el 2010 o 2011. Allí, parapetado entre libros y con la mirada perdida, estaba claramente ausente, le noté tan abatido y tan deteriorado que me impresionó.
En casa, de vez en cuando saco a relucir mi interés por el mito de "Los Panero", entonces, mi hijo sonríe condescendiente y dice burlón: ¡Qué cosas tiene papá en la cabeza!