Canto natural es el tercer poemario del escritor y profesor de Literatura Juan Pedro Carrasco García. Esta obra, publicada por la editorial Vitruvio en su “Colección Baños del Carmen”, fue presentada, durante la tarde del 12 de mayo, en el Centro Cultural La Confianza de Valdepeñas. Tras la intervención de la concejala de Cultura, Vanessa Irla, el editor, Pablo Méndez, elogió la trayectoria literaria de Juan Pedro, declarando su interés por conocer la ciudad de Valdepeñas para así descubrir la sustancia y la entraña de la tierra que forjó su personalidad.
Canto natural no incluye, como en su poemario auroral El viento detenido, poemas de amores añorados. Tampoco versos de inseguridades, ni de viajes con la amada, ni de equipajes deshechos, ni de ríos de aguas saturadas de tiempo, ni de una vida en el sueño de ese amor eterno, tan buscado, tan deseado. Canto natural es una obra más madura, más reflexiva, un atadijo de versos que el autor escribe tras contemplar el mundo con las pupilas, siempre poéticas, de la realidad.
Tras un primer homenaje a los disidentes en el poema “Heterodoxia”, la primera parte del poemario “Todo lo soñado”, nos ofrece una colección de referencias a la naturaleza, un ecosistema lírico cuajado de ramas y viento, de savia y caminos, de raíces y tierra. Y así, en sus versos, la savia define la memoria que no existe, la creación del universo es un resplandor de cal viva y el camino es lo que necesitamos para que no se difumine el mañana. En “Profanación”, Juan Pedro nos habla de la importancia de volver la mirada hacia atrás, por sobre los milenios que ampararon a unos ancestros que alcanzaron la trascendencia en el interior de las cuevas, junto al fuego, tras los venablos y el sustento. En el poema “Color de la tierra”, el autor incide en el efecto de la intemperie ─dolor, luz, sueños y edad─ sobre una piel que, metáfora de todo lo vivido, tiene ya el color de los otoños.
En los versos de “Vuelo único”, Juan Pedro trasluce cierto existencialismo al describir el vuelo como metáfora de la vida y de las huellas del hombre en el mundo, también cuando se refiere al vuelo último y sin retorno en una lúgubre alusión a la muerte. Subyace, además, una huella existencial en el poema “Lenguaje de las raíces”, versos que muestran cómo los más viejos buscan retornar a sus orígenes a través de la savia de unas raíces que se hunden en esa tierra anhelada: “…como si el horizonte no supiera/ de tierra más allá de los exilios…”. Esa nostalgia del regreso en “El tacto entre las piedras”, continúa en sus versos de noches de heridas y luz que sólo son aguas de un río ─parábola recurrente de la vida─ que aún no ha alcanzado su bahía. El autor, con el poder de sus palabras, trata de combatir el azar con la certeza de esa fuerza natural, íntima de los hombres: “La fuerza natural fue la mirada/ ante el enigma/ tras el destello del milagro”.
En los poemas “Después del frío” y “Más allá del azar”, Juan Pedro nos muestra dos caminos. El primero transita desde el silencio a las palabras y del éxtasis de estas al conocimiento y a la expresión de los sueños. Y tras el azar, el camino de la voz avanza hasta ese vacío que la conservó intacta en la memoria. La perpetua lucha del hombre contra el azar mediante las leyes del deseo y la expresión de ese azar como muñidor del futuro, se mantienen en sus poemas con algunos versos magistrales: “… y entre la tierra árida/ proclamemos que nunca el poema ha de ser/ un territorio estéril”.
Terminando ya esta primera parte, Juan Pedro nos ofrece algunos consejos versificados que nos serán de inestimable ayuda, sí, encontrar lo necesario entre la nada que nos abruma, inventar el tiempo y vivirlo dentro de uno mismo, siempre iluminados por nuestros propios versos.
Canto natural, el poema que da título a la obra y que separa la primera parte de la segunda, es un brevísimo himno a la esperanza, a ese futuro ineludible que es nuestro y que, por tanto, merecemos: “Inaplazables han de ser las rutas/ ahora/, cuando todo puede ser.”
La segunda parte de la obra, “Crónicas recientes”, es la revelación de la verdad del hombre, de todo lo bueno y todo lo deleznable que la naturaleza humana es capaz de concebir. Comienza con “Sea”, un poema sobre la conversión de la voz y las palabras en luz, cielo, espuma de mar y también en ese viento que torna en brisa estremecedora. Juan Pedro se asoma a esa realidad que nos mantiene, a veces y por su lejanía, como aletargados. Lo percibimos en “Sí importa”, unos versos combativos que cantan a la autenticidad. “En estos momentos”, es un poema que clama contra la rutina ─llanura estéril─ y contra el marasmo de lo conocido, de la inercia, de lo previsible, de la soledad. En “La alambrada”, encontramos una metáfora de la discriminación, esa lacra que la humanidad perpetúa en sus arrabales y en “Libro inacabado” el autor plasma una definición lírica de la memoria como ese libro sin terminar, también como un presente que habita en los recuerdos. En el poema “Breve celebración”, Juan Pedro nos muestra el papel protector de las palabras contra el error y el designio de la voz como rosa de los vientos en nuestro caminar. En “Sentir el viento”, el autor nos recomienda o, quizá, nos urge a salir ahí afuera, al mundo, a ese hábitat cercano y desconocido para sentir el viento de la vida sobre el rostro y alejarnos así del hambre y la mentira. De las miserias de lo cotidiano.
En “Llegar al mar”, el autor nos muestra, con la brújula de sus versos, el verdadero camino de la felicidad. Hemingway, en su “Decálogo para escritores”, nos cedió un estimulante consejo: “Sigue siempre el impulso de tu corazón” y en el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, se asegura que “quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca”. Juan Pedro nos alienta a identificar la verdad ─aquello que nos sana, que nos ampara y nos hace mejores personas─ y a pisar las arenas de todo lo que importa.
Un mensaje de confianza impregna el poema “Lenguas del aire”: “Y volverán las aves/ y las calientes manos/ que encienden las semillas…” mientras encontramos una afirmación lírica imprescindible en el poema “Crónicas recientes “: “…y nace de la nada/ el tiempo que no existe/ para los que caminan juntos”, versos donde el autor canta a la fe como primavera íntima que nos permitirá alcanzar lo deseado. El poema preferido del autor, “Quedará de nosotros”, es el lienzo del retorno a la inocencia mediante el prodigio de la palabra, sí, la palabra, ese milagro que esclarece el mañana y su memoria: “…aguarda a la inocencia/ quien otra vez está/ a punto de existir.”
Canto natural finaliza con toda esa delicadeza que alberga el poema “La piel de las yeguas”, unos versos en los que la luz y las palabras, catalizadoras ambas de sentimientos y promesas, imaginan la transparencia de un mundo que está por llegar. De un mundo que, tras la lectura de este espléndido poemario, encontraremos, con seguridad, más amable, más cordial, más humano.