En el calendario hay días fijos e invariables que señalan festividades o el inicio de un hecho concreto, por ejemplo, el primero de enero determina el inicio de un nuevo año. Pero el curso académico y político, aunque suele iniciarse a mediados de septiembre, puede variar de fecha.
De todas formas nunca hay una regla fija. Yo, por ejemplo, siempre he tenido conciencia del ciclo que se avecina cuando han acabado las fiestas patronales de la ciudad donde resido. Es una sensación que supongo comparto con mucha más gente pues, cuando está a punto de terminar el verano, son muchos los pueblos y ciudades de nuestra geografía que disfrutan días de algarabía y verbena, y más este año que ya no hubo especiales restricciones por la pandemia pasada.
Por lo tanto, a partir de octubre ya podemos aplicar los tópicos y los refranes sobre qué acontecerá en la nueva etapa. Particularmente, y en estos momentos, me quedo con el cuento del pastor mentiroso, ese que vocea la famosa frase: "Que viene el lobo, que viene el lobo". Y es que ante este tiempo venidero nuestros gobernantes nos han avisado que vienen mal dadas, que se acerca un periodo de penurias, carestía y sobre todo de restricciones energéticas. Las causas y los motivos los vienen anunciando sobradamente en los informativos.
No sé si hemos hecho demasiado caso de estas advertencias pero, de momento, hemos tratado de disfrutar unas vacaciones largamente esperadas y son muchos los que han tirado la casa por la ventana; porque hay que vivir, hay que disfrutar, que la vida son dos días o muchos más, que nunca se sabe.
Pero nuestros mandatarios se han curado en salud y nos han apercibido, a lo mejor en exceso, y luego no es para tanto, ojalá sea así y la cuestión no sea tan dramática como nos avisan. Pero es cierto que hemos llegado hasta aquí porque no hemos querido escuchar ni ver las diferentes señales que pronosticaban un futuro complicado.
Puede parecer disparatado pero la muerte de la reina Isabel II también puede ser una señal de que los tiempos cambian y los ciclos terminan. La larga semana de actos por su funeral fue seguramente el último gran acontecimiento histórico donde el protocolo, la solemnidad y el boato han sido el reflejo de un tiempo que ya termina. A partir de ahora los gobernantes deberán asumir que estos fastos pertenecen al pasado porque, ahora, lo que conviene, es aplicar el pragmatismo y la austeridad para tratar de resolver los retos pendientes, que son muchos y complicados.
Algunos políticos, y también muchos ciudadanos, niegan el cambio climático, pero síntomas e indicios de esta realidad los hay y de sobra, porque el clima anda loco, no solo porque los fenómenos atmosféricos sean extremos e insólitos, que siempre los hubo, pero es muy alarmante que se repitan tan frecuentemente y en zonas antes ajenas a esas condiciones adversas y devastadoras.
Desgraciadamente, ya somos conscientes de que las nuevas generaciones lo van a tener más difícil para conseguir realizarse, también aquí hay señales ante esa falta de perspectivas. A pesar de su preparación les espera, en general, un trabajo precario, sueldos bajos, vivienda muy cara y un largo etcétera como la devaluación de los servicios públicos que evidencia las grandes dificultades que los jóvenes tienen para acceder a ese estado del bienestar del que tanto hemos presumido.
Y es que el planeta ya no aguanta más, los grandes países que se han sumado al desarrollo industrial consumen y demandan más recursos de los que se pueden generar, sobre todo en materias primas y energía. Particularmente opino que gran parte de este desarrollo ha sido una huida hacia adelante, tanto, que ha llegado a ser insostenible. A veces tengo la sensación de que hemos equivocado el modelo de progreso, la industrialización y el abandono del campo, la creación de mega-urbes donde se apiñan millones de personas que demandan muchísimos servicios y recursos y esta situación se ha vuelto en contra de la prosperidad.
Es muy difícil revertir la idea que tenemos sobre el crecimiento y la evolución de la economía global. De vez en cuando, y en nuestro país, escuchamos noticias ingenuas y románticas sobre el regreso a los pueblos abandonados en la década de los setenta del pasado siglo como consecuencia de los llamados "Planes de desarrollo". Son reseñas intrascendentes que no dejan de ser medidas publicitarias de la Administración del Estado porque es muy complicado deshacer el camino andado ya que habría que promover una planificación eficaz de la población para que sea sostenible. Además, no existe una política eficaz para fijar población y ninguna institución apuesta por el relevo generacional en la agricultura, algo que parece no tener fácil solución para preservar un sector productivo imprescindible.
Pero, aparte de los medios, nadie o muy pocos tienen una especial preocupación por este agotamiento del sistema y, ante los malos presagios, son muchos los que se refugian en manidas frases. Creyentes y no creyentes suelen decir: "Dios aprieta, pero no ahoga". Y los más ingenuos o despreocupados afirman: "Dios proveerá". Allá ellos con su confianza y su criterio, pero hay evidencias explícitas de que se acabó la fiesta y el derroche. A partir de ahora se anuncia un futuro incierto y complicado aunque no lo queramos ver.
Y termino ya, que no deseo seguir ahondando en la herida, que me está saliendo un texto demasiado serio, sesudo, predecible e inquietante. Porque cuando les propuse el tema para octubre a mis compañeros de El Globosonda no sabía en qué jardín me iba a meter.
Les confieso que la idea de: "SE ACABÓ LA FIESTA" surgió de repente, cuando me acordé de Paloma San Basilio y su tema eurovisivo del año 1985 que se llama "La fiesta terminó", y no la tarareen mucho por si en cuestión de amores también se deprimen un poco más, que bastante tenemos con el otoño que se avecina.