¿Poner encima de la mesa ahora, en este momento, el debate de si Monarquía o República!? España tiene otros problemas mucho más graves, y más prioritarios que este. Y sobre todo que para este debate hace falta otro talante; hace falta que desaparezca la crispación y la confrontación. Pero tampoco hay que alarmarse, ni huir el debate, ni rechazar, si llegara el caso, una reforma constitucional y un referéndum. No pasaría nada, si se hace con naturalidad y sin crispación.
Sí. Llevar todo siempre al territorio de la crispación y la confrontación es una de las pandemias que sufrimos los españoles. Crispación y confrontación interesadas, que impiden el debate sosegado y constructivo; crispación y confrontación que busca alimentar a los propios, y esconder vergüenzas. Así no hay debate posible. Debatir es otra cosa. Debatir es hablar con razonamiento y sosiego; debatir es escuchar con respeto y tolerancia; debatir es intercambiar posiciones con ánimo de aprender. Así figuraba en el programa de la asignatura de “Educación para la Ciudadanía”.
Sobre un debate de si Monarquía o República, se pueden decir muchas cosas. Por ejemplo: se puede decir que un sistema republicano no es mayor garantía de democracia; se puede, y se debe, decir que la República no es un sistema de izquierdas, propio de regímenes rojos comunistas, ni frente populistas; se debe dejar muy bien sentado que las monarquías en países avanzados no son absolutistas, sino parlamentarias; y hay que poner en el debate que si miramos a nuestro alrededor, veremos que las repúblicas no son peores, ni las monarquías menos democráticas.
Se pueden poner en la mesa todos los argumentos que queramos, siempre con libertad y tolerancia. Se debate todo lo que sea necesario, se vota, y dispuestos a aceptar el resultado. No pasa nada. Eso se llama normalidad democrática. Los debates son siempre oportunos y convenientes. Entonces ¿por qué digo que no es el momento? Sencillamente porque la crispación lo domina todo. No existen debates, ni existirán mientras la confrontación domine la política. No se puede debatir si Monarquía o República, ni ninguna otra cosa mientras exista “el pensamiento único” de yo soy el bueno y los demás son los malos. No habrá debates mientras haya políticos que no aceptan la legitimidad del adversario.