Los avances en los derechos de las mujeres nunca son fáciles de lograr, en ocasiones, incluso, parecen inalcanzables. Sin embargo, la historia pone en entredicho esta premisa.
Hace cien años, en 1921, se convocaba la primera manifestación de las sufragistas españolas en Madrid. Diez años después, en 1931, se alcanzaba el sufragio femenino en nuestro país. Ochenta años después, las mujeres continuamos alcanzando derechos y consolidando libertades. Por desgracia, a veces, estos logros no alcanzan a todas las mujeres y algunas van quedándose a los márgenes. Sobre todo a medida que nos alejamos del ruido de las ciudades.
Castilla-La Mancha es, innegable y orgullosamente rural, y con ella lo somos sus mujeres. Mujeres libres y valientes, aunque a veces invisibles ante los horrores del machismo, con 1.501 víctimas de violencia de género en el último año, de las cuales un 98% tiene o ha tenido un vínculo afectivo con su agresor. Por eso es necesario que, en cada rincón de cada pueblo de Castilla-La Mancha ninguna mujer se sienta sola, aislada, sin recursos y sin alternativas. Que la libertad y la igualdad no se alcancen solo con la encomiable labor de las asociaciones de mujeres y las organizaciones feministas, a las que solamente les podemos estar eternamente agradecidas, sino que desde la política y desde las instituciones tenemos el deber de no dejar a nadie atrás y de hacer que cada vida, sea donde sea vivida, lata con fuerza.
Castilla-La Mancha necesita de una red de Puntos Violeta que protejan a las mujeres víctimas de violencia machistas, de Presupuestos Feministas en cada pueblo que pongan los cuidados en el centro y para que la corresponsabilidad sea por fin una realidad. Pero, sobre todo, necesitamos un consenso político e institucional contra todas las violencias machistas, a través de un Pacto Regional por la Igualdad y Contra las Violencias Machistas en Castilla-La Mancha, en consonancia con el Pacto de Estado ya alcanzado. Para ser libres; libres de ir solas por las calles, libres de dejar a nuestras parejas sin miedo a las consecuencias y, libres para construir una vida dónde y cómo queramos.
Por ello, está en nuestras manos que, un siglo después, 2021 pueda convertirse en un punto de inflexión que desencadene, una vez más, la explosión de una nueva revolución feminista. Eso sí, esta vez, rural.