Esto de la vacuna contra el covid-19 ha vuelto a sacar lo mejor y lo peor de los humanos. Al menos de los humanos españoles. ¿Lo mejor? Nos hemos alegrado de ver a nuestros viejecillos recibiendo la vacuna y aplaudiendo entusiasmados. Aunque sea porque crean que ya está, nos ponemos la vacuna y ya no vamos a tener nunca más el problema… ¿Lo peor? Pues lo de siempre: la picaresca.
El pícaro es una figura repugnante, no exclusiva de España (hasta en esto vamos a ser chovinistas: como en España no se vive en ningún sitio y tenemos los pícaros más pícaros del mundo): un pícaro es una persona que, simplemente, se aprovecha de los demás. Y se enorgullece de ello. Y, por desgracia, muy frecuentemente, le sale bien: hemos vuelto a verlo con los casos de politiquillos y sus familiares y miembros de otras profesiones, hasta de la milicia a los más altos niveles… Se les ha pillado aprovechando descuidos en el sistema de administración de la primera dosis de la vacuna cuando no les tocaba y no han sido destituidos: se les ha dado la posibilidad de dimitir con honor y a mayor bien de la sociedad española, que debería sentirse orgullosa de tener políticos (y militares) que la hacen, y gorda, y se marchan por su propia voluntad y perdonándonos la vida…y, encima de todo, con la garantía de que, hombre, ahora habrá que ponerle la segunda dosis, para no desperdiciar la primera…» (modelo «politiquillos listillos).
De acuerdo, adminístreseles la segunda dosis, pero con un matiz: que la paguen. Y cara. El concepto bajo el que se subsuma ese pago da igual. Por ejemplo: como multa por ponerse ilegítimamente la primera dosis o como pago por la segunda, que en caso de honrada actitud les habría salido gratis, como al resto de los contribuyentes. O sea, que de gratis, nada: pagada con nuestros impuestos. Pero es que ahora tenemos que pararnos a pensar en otra cuestión: hasta hace bien poco, era un chascarrillo recurrente el que se formulaba más o menos así: «yo no me vacuno hasta que se vacunen todos los políticos; si tiene efectos secundarios, que se mueran ellos» (modelo «politiquillo de indias»). De ahí se pasó a las declaraciones de un máximo responsable de una comunidad autónoma al que, en un lapsus linguae que revela lo amueblada que tiene su cabeza, se le escapó el argumento según el cual la vacunación va lenta en su comunidad porque estaban viendo a ver qué pasaba con las primeras vacunas administradas.
Las de los viejos (modelo «viejecillo de indias»). Y ahora, venga los creadores de opinión a proponer, muy a posteriori, que sean los políticos y los personajes famosos los que se pongan la vacuna los primeros, para dar ejemplo frente a los negacionistas y sujetos de similar calaña (modelo «político ejemplar») o porque son fundamentales para el mantenimiento del orden social y para la lucha contra la pandemia (modelo «político, ese trabajador esencial…»). Piense el lector una hipótesis catastrofista, y que la realidad no supere la ficción: si la situación se agrava hasta lo incontrolable y empiezan a morir personas a un ritmo inasumible social y moralmente, pero no fallece víctima del covid-19 ningún «político ejemplar y trabajador esencial», el grito desesperado de las masas amenazadas de muerte será: «¡Claro! Los políticos no se mueren porque ellos se vacunaron los primeros».
Y para qué queremos más…Urge un protocolo exacto y riguroso de administración de la vacuna, con plazos y prioridades perfectamente establecidos y sanciones duras e inflexibles para quien se aproveche de cualquier descuido que se pueda producir (siendo esto, en la sociedad humana, inevitable). Y, en todo caso, que los políticos superen sus ataques de autoimportancia: las prioridades las tienen muy claras el sentido común y la racionalidad. Y ellos no van los primeros.