El poemario de Lola Franco “Azul de lunas”, presentado en la villa de Guadalcanal (Sevilla) el 15 de agosto de 2021 y en la villa de Alanís (Sevilla) solo veinticuatro horas después, se divide, como la cruz de un árbol, en tres ramas y un pequeño vástago de título Pirueta, un retoño que se nutre con la savia fresca de esa vida que arrasa con la nada y con el tiempo.
La primera de las ramas, “Azul”, forma un atadijo de doce poemas y dos cuentos escritos en una cuidada prosa poética. Así, en los versos de Remolino, fluye libre, con evocaciones quizá lorquianas, el líquido nutricio de la ausencia. En el poema Quimera del olvido, se busca el amor, quizá en la albura de la madera y en Lunas de abril se canta a los sueños de una niña tal vez imaginada. En el duramen, en la parte más íntima de esa rama, por sobre los versos de Poema de luna azul, escuchamos ese ruego desesperado a la luna ante la cotidianidad de la violencia. Noche oscura nos arrima a la búsqueda reincidente del amor y Añil nos cubre con su corteza de cansancio y desengaños para dejar paso a la esperanza de Rosa de abril. La obsesión por detener el tiempo se desliza por los versos de Aire mientras en Princesa, como goterones de resina, se vierte todo el coraje sobre la hojarasca de los sueños. Los recuerdos apagados por la noche iluminan el poema Mercado azul y el amor adolescente, junto a los versos “olvido solo es el tiempo/aquel que nunca vivimos”, platean el envés de las hojas de Cazalla con rachas de un viento que parece evocar a J.L. Borges. Hay anhelos de libertad en los versos de Sobre el viento, duele la fragilidad que emana de Lunas de amor y sal, se desmaya la vanidad y florece la madre en el poema Contigo.
La rama segunda, “Malva”, se agita con De malva y luz, una metáfora de superación y extrañamiento del pasado. Tiempo, como peciolos enfrentados, nos muestra la dicotomía entre la prisión de las penas y la alegría del agua y de la arena, mientras que en los versos de Reflejos verdea la esperanza. Alma ruega por las caricias y Caminaré se descuaja entre la ausencia y el destino. Alas de mariposa nos habla del deseo: tu risa, tu mirada, tu dulzura. La compañía de los recuerdos riega el alcorque de nuestro árbol en Guadalcanal. El anhelo del amado transita por las acequias en Canción de la ausencia. Un agua helada se demora en Soledad mientras en Tentación se escucha el murmullo de la incertidumbre entre la enramada del amor. Los versos de Vacío se llenarán de otoños, la metáfora de la ausencia anidará en Sol de invierno y la implacabilidad del tiempo nos hará añorar la ternura contenida en la narración Otoño.
La tercera rama “Rojo”, podría definirse como una obra labrada con la gubia del oficio, una rama de madera noble de la que brota el helado ayer del poema Invierno, la desesperanza de Sombra y luz, el mirar hacia adelante de Lluvia, el poema que habita en mí de Versos sin nombre, el abandono de la felicidad de La isla prometida y la añoranza del amado en Náufragos, añoranza guiada por la brújula azarosa de Ausencia. Los versos “Búscame/un poco más allá del aire/confuso y de la nada” inician el bello poema Des-encuentros mientras de esta rama roja cuelgan, quizá, las hojas de un almez durante el final de un estío cualquiera: la madurez vital en los versos de Ocaso, el recuerdo de Alanís, la certeza del resurgir en el poema Finitud, la certeza de esa ausencia omnipresente en las palabras de Silencio, la lucha contra la hipocresía en Los zapatos rojos, la resignación de Réquiem y ese canto a los sueños incumplidos de la narración poética La memoria.
Este poemario es, en definitiva, la cruz de un árbol que se disgrega en tres ramas aptas tanto para moldear las cuadernas y los mástiles de un velero como para pergeñar la puerta de acceso de alguna casa solariega. Un velero que busca el amarre en la dársena de nuestra conciencia y una puerta que abre nuestros sentimientos hacia la morada del alma que todos llevamos dentro. Espero que disfruten de esta primera y magnífica obra de Lola Franco, “Azul de lunas”.