viernes. 22.11.2024

Manifiesto

Artículo escrito por Tomás Megía Ruiz-Flores

Hace muchos años, cuando casi era un adolescente, pasábamos las tardes del verano en casa de Carlos y Amador Barrajón; allí, escuchábamos música, traducíamos canciones que no entendíamos y escribíamos. Había un LP de Aguaviva llamado “Apocalipsis” en el que estaba la canción de “La guerra que vendrá” –a Bertolt Brecht, el autor de su letra,curiosamente, lo habíamos conocido en sus textos en los libros de religión--. Nunca llegué a entender que detrás de una música tan bella pudiera esconderse “el segundo caballo del Apocalipsis”.

La letra decía así: “…El segundo caballo es rojo como el fuego. Su jinete, joven todavía, de fiel entrecejo y labios contraídos, enarbola airoso una espada y la tranquilidad huye del mundo ante su presencia, ante la infernal presencia de la GUERRA.

Hubo otras, muchas más.

Hubo otras, muchas más.

 

“La guerra que vendrá
no es la primera.
Hubo otras guerras.
Al final de la última
quedaron vencedores y vencidos.
Entre los vencidos,
el pueblo llano pasaba hambre.
Entre los vencedores
el pueblo llano la pasaba también”.

Bertolt Brecht

https://www.youtube.com/watch?v=5Vi1wdp9ehA

La guerra que vendrá, desgraciadamente,ya ha dibujado con toda su perfección las sendas de la atrocidad, del miedo, de la desmesura y,en sus perfiles asesinos, se está plasmando la violencia, la destrucción y el odio. Han apartado de un plumazo las palabras, esas que nos hacen seres racionales y se han lanzado a dominar los espacios que no les pertenecen.

Y ahora que el mundo está siempre aquí, al lado, aparece el éxodo obligado, el abandono de todo lo que “era tuyo y resultó ser nada” y en el que la única batalla por librar es la de tu supervivencia y la de todos los que amas, convertida en obsesión.

Creo que ni siquiera se odia, quizás eso venga después, cuando se recojan las armas y se haga balance de los daños causados, pero sí sé que ese odio es contagioso y…

 

       Ayer,

amaneció distinto;

                          no lo sabía.

        El odio caminaba suelto,

haciéndose fuerte

en la mañana de fiesta;

no quiso dormir en la tarde,

                   por si soñaba

                                               y,

luego,

a la anochecida,

sin previo aviso,

vino a por nosotros.

 

 Los cuerpos comenzaron a caer,

inánimes,

yertos,

abatidos sin piedad,

como si tras ellos

no hubieran nombres propios

o

personas

o

familias destrozadas

para siempre.

Todos fuimos alcanzados

         por ese halo de locura

que se iba extendiendo

y dejando

un muerto tras otro,

al lado de otro muerto.

Y corrimos hacia el mar

para sumergirnos en su abrazo

y arroparnos en el halo de vida

que siempre te ofrece.

 

No,

no me pregunten,

no sé hacia dónde se fue el odio,

que caminaba orgulloso y erguido

 

Estoy vivo.

 

No siento miedo,

pero tengo unas terribles ganas de llorar.

No, no es tu realidad. Tú andabas en otras cosas, en otras superficialidades, en pretender hacer felices a los que tienes a tu alrededor. Hace tan sólo unas horas estabas sonriendo, tomando un café en el bar de la esquina y haciendo planes para la llegada de la primavera.

Miras al cielo azul

y hay llamas al atardecer

y miedo

y sangre

y dolor que se desborda

y el aire huele a fuego de artificio

en este espacio abierto al espejismo

y en el que se respira provisionalidad.

Aquí ya no se viaja a bordo de un sueño.

No existió el ayer.

                              Ni existe el mañana.

               Ni el casi hoy.

Sólo la reedición de la memoria

de los gritos

y de la destrucción.

¿Puedes pensar a cuántos niños

le envenenarán su infancia

y se convertirán en seres invisibles?

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

                                  Las heridas están ahí,

hasta el final de los días,

se quedan marcadas

en tu piel

o

adheridas a tu alma;

algunas,

las menos,

cierran

pero todas dejan cicatrices

y huellas,

                   son como los grafiti,

                   con firma,

y te recordarán

quién las trajo

                            o

las arropo

para hacerte daño.

     Sólo tus palabras

sirven como bálsamo casual

antes que sienta

una nueva punzada.

Alguien preguntó aquí por los poetas ¿Los echabas de menos o era una forma de reproche? No, no nos hemos ido; los urdidores de palabras estamos aquí, aunque nuestra voz no se oiga o no se quiera oír; llegará un momento en que este sinsentido recobre algo de cordura, en el que las palabras se abran paso y en el que nos demos cuenta que todos hemos acabado perdiendo ¿Sabes?

“Todos saben con exactitud cuántos gramos de pólvora se necesitan para matar a un hombre; pero no saben cómo se reza a Dios, no saben siquiera cómo se pasa un rato divertido”

 

Herman Hesse

 

Se trata de eso,

sólo de eso,

de mantenernos en pie,

firmemente erguidos

–dignamente--,

sin vanidades estúpidas

que a nada llegan,

pero sin odios,

sin guerras

sin hambres

ni nada

que te golpee

ni que te hiera;

también, de vengarse

de los egoístas,

de los cursis,

de los miserables

y de los hipócritas

acaparadores de la riqueza

y del universo.

 

Seguir siendo inconformistas

y sentirse parte de esa parte

entre odiados y admirados,

que nos sentimos preparados

para conspirar a la luz del día

en contra de nadie,

a vivir peligrosamente

en contra de todos

y a sentir sus miradas

tras las máscaras de cera

y las leyes que los protegen

y en las que se ocultan.

Se trata de estar ahí,

siempre atentos,

de envolvernos descalzos

en su mísera bandera

         para que los pies

         toquen la tierra,

de quedarnos

de forma permanente

en la revuelta

contra las cicatrices del miedo,

contra los mensajeros de la muerte,

  contra los asesinos de la vida

y de la esperanza.

En estos tiempos que corren,

sólo se puede luchar por una causa

y abogar por una ley: LA VIDA.

 

 

No, no sé… ¿Entendiste? En un lado estáis todos vosotros: los pocos. Y, aquí, todos los demás: los mansos, los callados, los que no enarbolamos banderas de ningún tipo, los que no fijamos fronteras…

 

Primero vinieron a buscar a los comunistas

y no dije nada porque yo no era comunista.

Luego vinieron por los judíos

y no dije nada porque yo no era judío.

Luego vinieron por los sindicalistas

y no dije nada porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los católicos

y no dije nada porque yo era protestante.

Luego vinieron por mí

pero, para entonces,

ya no quedaba nadie que dijera nada"

Martin Niemöller

 

 

Dime,

respóndeme:

“¿Ha llegado ya

el momento que esperaban?”

A veces,

te recuerdo…

envuelta en extraños ropajes

que nunca te cubrían,

reclinada en tresillos de seda

y en salones decadentes

con olor a naftalina,

desnuda,

delicadamente altiva,

segura

de la incomodidad de tu presencia.

Siempre has sido esa extraña sensación,

carente de perjuicios donde agarrarse

cuando la noche,

y la vida

se abrían a ese mundo imaginado

--sensible,

emocionante

y sin miedo--,

donde perderse era un referente

y donde nunca hubo muertos

que no fueran de mentirijillas.

Todos buscaron atraparte

--aunque tú eras sólo mía--,

hacer un apunte al carbón

de tu sinuoso cuerpo,

dibujarte sin permiso

entrelazando tus ansias de vivir

con la extraña paradoja del final

y mis vacilaciones.

 

Mi inmadurez,

tu juventud

y los sueños

fueron una extraña mezcla

en la que bañarnos al alba

y una invitación

al olvido de la belleza.

Nunca he creído en las leyes

--ni en sus argumentos admisibles--,

cada una de ellas

fue un eslabón en la cadena,

todas fueron en contra de ti,

todas chocaron con mi libertad.

Te he amado y…

creo que sigo amándote;

por eso te pienso,

--sesenta y tres años

siempre dieron para mucho--.

 

Te amo, sí, te amo…

necesito de ti,

de tus frases inacabadas,

de las palabras aburridas que escondes,

de los gestos sugerentes y atrayentes

y de toda la música que has escrito.

Me ofreciste desorden,

caos, confusión, desconcierto,

no tener que pedir permiso a nadie…

y me fui contigo.

Ahora vienen a por nosotros,

creo que nos han descubierto,

porque han proclamado en la tv,

en el penúltimo telediario de la noche,

la derrota de las almas tiernas

y hemos de irnos antes de que lleguen

porque me niego a morir de esta manera.

A veces, simulando un abrazo que desearían que fuera eterno, intentan poner cuerdas de seda o hilos de plata alrededor de su cuerpo, buscan adormecerla con promesas; ella parece someterse, aunque “la libertad” es tozuda y  siempre acaba volando.

                                              Pronto sabremos,

otra vez,

hacia dónde dirigirnos,

dividiremos los azares,

las revelaciones

y

las armas

para estar preparados

para esa próxima guerra,

de la que tanto hablas;

hemos almacenado

miles de besos disonantes,

tramas prefijadas

que nos den la razón,

silencios inacabables

que desmonten

nuestras realidades

y abrazos,

muchos abrazos…

para hacerlos más hermosos

después de la batalla

y

de la lluvia,

si es que, para entonces,

ambos seguimos con vida.

Manifiesto