Que el comportamiento del ser humano es contradictorio, caprichoso, irracional y demasiadas veces extravagante es algo incuestionable, mucho más en cuanto a su actitud frente al clima se refiere.
Así, en invierno, cuando en las calles hace un frío que pela no es de extrañar que, a través de ventanas y balcones veamos dentro a individuos con ropa ligera, en camiseta o manga corta. Sucede al contrario en verano, cuando el tórrido calor aplasta las calles y las chicharras no dan abasto, entonces, algunos, para soportar el aire acondicionado que estará a montones de frigorías, deberán echar mano de una rebequita para no resfriarse.
Esa actitud individual se multiplica cuando las cuestiones ambientales se trasladan a la colectividad, véanse por ejemplo los centros comerciales o cualquier espacio público, negocios donde se dispara el consumo para climatizar los amplios recintos.
Todas estas comodidades no han llegado de la noche a la mañana, pero las tecnologías modernas han conseguido que podamos "disfrutar" de este aparente grado de bienestar en nuestros hogares y en otros locales administrativos o de ocio. Sin embargo ¿nos hemos preguntado a qué precio estamos pagando este elegido confort?, seguramente no, pero la realidad es que gastamos ingentes cantidades de energías fósiles y renovables para consumar nuestro capricho, mientras tanto, el planeta sufre; porque a toda fuerza se opone una contraria, y el aire fresco de nuestros pisos devuelve a las calles más calor si cabe del que ya existe.
Que siempre hubo olas de calor y de frío es algo contrastado, pero lo que no resulta tan normal es la rápida frecuencia con la que están sucediendo últimamente estos fenómenos.
Estaba reflexionando sobre estas cuestiones tan del momento procurando aplicar el sentido común al asunto, lo hacía saboreando una cerveza bien fría, tratando de mitigar la segunda ola de calor sin que todavía se hubiese anunciado el verano oficial. Y fue entonces, de repente, cuando me vino al pensamiento una afirmación rotunda, y me dije: "Esto es el apocalipsis" porque nunca antes había tenido una sensación tan agobiante y extrema. En concreto me acordé del pasaje de las siete trompetas del último libro del Nuevo Testamento que contiene las revelaciones escritas por el apóstol San Juan. Excepto la última, todas ellas pronostican desastres medioambientales, catástrofes marinas, fuegos, contaminación de las aguas, plagas etc.
Releyendo lo que significan estas amenazas catastróficas no me asusté demasiado, es más, alguna vez he pensado sobre qué relación tienen estas adversidades climáticas que vienen sucediendo con las profecías que anuncian las sagradas escrituras. Pero la realidad incuestionable es que nos estamos cargando el planeta en dos días nosotros mismos en aras de nuestro egoísmo.
Por eso no confío demasiado en las medidas para combatir el cambio climático que proponen los gobernantes de los países más "desarrollados", remedios que intentan frenar los efectos devastadores de una naturaleza que se rebela. A veces, para consolarme, me refugio viendo documentales de agricultura ecológica o sobre la ganadería extensiva. Me atempera ver cómo algunos románticos intentan convencernos de las bondades de la agricultura tradicional, es un placer contemplar los viñedos llenos de hierba o escuchar el suave rumor de los arroyos de aguas cristalinas discurriendo entre los bosques de galería. Pero no soy un ingenuo y pienso que muchos de estos parajes naturales ya no existen, son imágenes idílicas que solo podemos ver en la tele y que ya han desaparecido. Así que, a pesar del embeleso que me producen estos reportajes, el efecto se esfuma rápidamente y paso del regocijo al desánimo ante el desastre inminente.
Les confieso que me da miedo cuando los políticos en cualquier ámbito de su gestión utilizan la palabra "sostenible", opino que la manosean con una ligereza que da pavor, sobre todo cuando se refieren al medio-ambiente. Lo más probable es que después de hacerse la foto plantando o regando el arbolito del "futuro bosque", esa prioridad pasará a formar parte del pasado y se convertirá en desidia hasta que necesiten publicitarse para una nueva campaña.
En fin, ante tanta lentitud, burocracia y conflicto de intereses mucho me temo que ya no se puede revertir el calentamiento global y esto se va al traste. Habrá que resignarse y soportar con estoicismo las olas de calor y los incendios forestales por venir. Por eso a nadie le extraña que "Esto es el apocalipsis"se haya convertido en un expresión popular para referirse a los excesos del clima, sobre todo ahora, en la canícula, cuando el calor no da tregua.
De cualquier manera, y como no quiero ser tan negativo, aunque solo sea por refrescar la memoria, me gustaría poner una sonrisa al final recordando aquel momento clave de la televisión de antaño. Me refiero a un programa que seguramente no habrán visto los más jóvenes y que se titulaba "El Mundo por Montera". Aquel día en concreto el tema del debate era "El Apocalipsis", y allí, sobre un plató repleto de sesudos tertulianos deambulaba dando traspiés el surrealista y genial Fernando Arrabal que, con un pedal del quince, agitaba la polémica susurrando y diciendo: "El milenarismo va a llegarrrr".