A veces me pregunto qué me vincula a mi vecina Ramona, pues a pesar del afecto, de la simpatía y el cariño mutuo, es una relación tan rara y extravagante como intermitente. Por eso, el otro día, dándole vueltas al asunto, encontré la definición más precisa, ya que lo nuestro es como el Guadiana, que aparece o desaparece cuando menos lo esperas.
Por esta razón, y a pesar de las fiestas pasadas, apenas nos hemos visto, aunque recuerdo que intercambiamos unos whassaps para felicitarnos y desearnos lo mejor para este 2023, cumpliendo con los tópicos y el buenismo de las fechas.
Sin embargo, ayer me topé con ella cuando venía de un acto en el bulevar sobre la violencia de género. Lo primero que hizo fue reprocharme el no haber asistido porque iniciar el año con varias mujeres asesinadas es para preocuparse. Y reconozco que lleva toda la razón, que al menos, testimonialmente, deberíamos haber estado todos los vecinos. Pero tras el justo y acertado rapapolvos aceptó mi excusa y, para refugiarnos del frío, nos fuimos al bar del Mercadito a tomarnos un café y seguir con la plática acostumbrada.
Como Ramona y yo tenemos una edad, cuando aparecen esas noticias luctuosas sobre la violencia contra la mujer, nos acordamos de El Caso, aquel periódico semanal tan dramático como siniestro, pues ahora, en todos los informativos hay una sección para la tragedia diaria, un apartado repleto de titulares donde han dado cuenta del número de víctimas, una cifra que es alarmante, por no decir aterradora.
Me dice Ramona que esto pasa porque hay mucho desamor y entonces empezamos a elucubrar sobre el asunto. Ella me cuenta su teoría sobre las fuerzas opuestas o la acción-reacción, y me dice “mira, yo creo que el demonio está campando a sus anchas, por lo tanto debe existir un dios para contrarrestar tanta maldad”. Asiento con resignación pero le contesto que Dios debe estar mirando hacia otro lado porque en éste y en otros asuntos apenas avanzamos.
Los dos coincidimos en hacer el mismo razonamiento, que tanto estrés y tantas prisas deben influir al iniciar o para mantener una relación. Igualmente, estamos de acuerdo en que hemos llegado tarde a esas aplicaciones tan modernas que ponen en contacto a las personas en función de su perfil y sus aficiones, y lo asumimos con naturalidad, puesto que nosotros, de momento, no lo necesitamos y conquistábamos de otra manera. Porque antes seducir era más complejo pero, sobre todo, teníamos que ser más perseverantes.
Mi vecina y yo nos ponemos nostálgicos haciendo referencia al cortejo que precede a los primeros enamoramientos y nos preguntamos qué fue de aquellas primeras experiencias donde todo era de color de rosa idealizando a la persona amada, de las cartas y mensajes que ya enviábamos en el colegio, o del paseo por calles y plazas tratando de disimular el encuentro inesperado con el chico o la chica que nos gustaba.
Me cuenta Ramona que su primer ligue fue un chaval alto y flaco con la cara llena de granos que se encontraba cada domingo y a cada rato por la calle de las Escuelas. Se sonríe y me dice que era muy divertido aquel juego del gato y el ratón, que al final llegaron a salir unos meses pero, después, ella tuvo que cambiar de ciudad y prácticamente lo olvidó, aunque ahora, algunas veces, viene a su recuerdo. Según sus amigas, a aquel circuito que terminaba siempre en la plaza le llamaban popularmente el "tontódromo". Me imagino que aquella denominación venía a cuento por la actitud alelada de los pretendientes tratando de flirtear.
Me chincha mi vecina y me dice que le cuente sobre mis primeros ligues poniéndome en un aprieto. Aún así, le relato que lo mío era muy platónico, que sentía chiribitas cuando nos rozábamos el codo en la butaca del cine cada domingo. Y se ríe escandalosamente cuando le cuento que el día que nos dimos la mano en aquella fiesta de Navidad no quería lavármela y que, constantemente, intentaba recordar su olor llevándomela a la nariz.
“Sí que éramos tontos”, me dice, “la verdad es que en aquella época éramos un poco pacatos, ya que el clero nos tenían acobardados con tanto pecado y tanta penitencia”. Pero como Ramona insiste en saber más detalles, yo remoloneo y trato de guardar mi privacidad, sin cambiar de tema. Así que, para esquivar el compromiso, le pregunto sobre qué opina ella del culebrón de la semana y me refiero a lo de Shakira y Piqué.
Ante mi curiosidad casi me tararea el estribillo de la canción y, a carcajada limpia, me dice que esos sí que son listos, que hacen caja del resentimiento tras la ruptura. Es lo que tienen algunos famosos, le respondo, que facturan por todo, y más, por lo más íntimo y escabroso, porque siempre hubo mucho interés por el cotilleo sentimental.
Como siempre, se nos ha echado el tiempo encima, pero para rematar nuestra larga charla, deseo darle un tono más serio y, por eso, saco a colación el tema de la poesía en su versión romántica. Le digo “mira, esto es imparable porque ya nadie cita a Bécquer y los poetas románticos ya no interesan porque el desamor anda desbocado”.
Aunque, bien pensado, también los poetas han utilizado las desdichas amorosas para inspirarse y confeccionar versos. Yo mismo me he atrevido con uno, y le digo “échale un vistazo a ver qué te parece mientras pago los cafés, que esta vez me corresponde a mí la cuenta”.
El poema que le paso a Ramona en una cuartilla se titula y dice así:
EL EFECTO PERVERSO DEL TIEMPO
Besé tus labios
acaricié tus pechos
y soñé la fragancia de tu flor.
floreció la duda
y me pregunté
¿Será esto amor?
Ruptura, ausencia y olvido
¿Quién fue culpable?
¿Quién se engañó?
Ahora el pretérito se muestra demoledor
yo... ni siquiera tengo nostalgia
tú acumulas rencor.
Cuando vuelvo a la mesa advierto en ella un gesto de suspicacia y me pregunta “¿esto viene a cuento sobre algo que pasó o te lo has inventado?”. Entonces, tratando de echar balones fuera, miro el reloj y le digo “hala, qué tarde es y todavía tengo que cocer los macarrones”, pero ante su mirada inquisidora, respondo “Ramona, no seas pesada, otro día te lo cuento con más detalle... Agur”
El Globosonda: Texto para la Caja Negra de febrero del 2023