jueves. 21.11.2024

¿PUDO SUCEDER ALGO ASÍ?

Ante la pregunta del titular, y especulando sobre las posibilidades, puedo decir, no lo sé, quizás, aunque lo más obvio es que sea improbable y absurdo. Pero a mí me gusta elucubrar o fantasear sobre aquellas situaciones extravagantes e ilógicas puesto que me sirven para inventar un relato disparatado y repleto de hipótesis, además, y aunque parezca descabellado, siempre tengo presente que la realidad puede superar a la ficción.

Les pondré en antecedentes. Otra vez debía tomar iniciativas porque se presentaba la enésima crisis económica y laboral a una edad complicada y en aquellos momentos, y para explicar mi cambio de ocupación, me gustaba decir ante mis conocidos que me había reciclado. No, no era esa la palabra apropiada, quizás lo más conveniente sería anunciar que había cambiado de sector, pues la geriatría, nada tenía que ver con mi anterior oficio, ya que hay una gran diferencia entre laborar con materiales inertes a trabajar con personas, y además, mayores.

La tarea del auxiliar de geriatría en una institución es tan exigente como gratificante, así mismo debo aclarar que es más fácil recuperarte del esfuerzo físico que supone tal actividad, que del componente afectivo que conlleva. Por eso, cada cierto tiempo, y para rebajar las emociones, siempre en primavera solíamos programar un viaje para desconectar, porque visitar alguna de las bellas ciudades de nuestra geografía me ayudaba a reponer energías y recuperar el ánimo.

Aquel anochecer volvíamos de Málaga después de pasar unos días. El confort del tren de alta velocidad nos devolvería en apenas tres horas de la costa y de aquella bonita ciudad andaluza a la realidad, a la gran urbe y al afanoso trabajo.

Como buen observador pude comprobar que, casi justo enfrente, viajaba también una periodista y escritora famosa, ensimismada, tecleando con destreza su portátil. De vez en cuando la miraba de reojo y con curiosidad porque ya había leído alguna de sus novelas y en todo momento me admiré de su concentración y su capacidad de trabajo, pues durante todo el viaje estuvo escribiendo. Podría haber inventado cualquier excusa para cruzar unas palabras con ella y demostrarle mi admiración, pero a pesar de mi descaro, no me atreví a saludarla.

Digo esto porque estos días estamos leyendo en el club de lectura "La carne", una novela de Rosa Montero. El hecho de volver a leer un libro suyo me trae recuerdos de aquel viaje y aquella situación, es más, en algún momento he llegado a pensar si no sería esta novela en la que andaba tan concentrada en aquel vagón que anónimamente compartimos.

Para mi desilusión no era tal, puesto que la primera edición data de septiembre del 2016 y aquel viaje ocurrió casi un año después, aunque no lo recordaba. Era tal mi obsesión por encontrar un nexo entre el viaje y el libro que rebusqué algunos datos sobre aquellos días. Y no, no pudo ser porque tengo folletos y catálogos de algunos museos y sus exposiciones temporales que me confirman que en aquella visita ya se había publicado, qué le vamos a hacer, la imaginación es libre.

La segunda hipótesis me ha rondado desde hace tiempo por la cabeza y algunos episodios del libro me sirven para hilar este segundo relato, pues Soledad, que así se llama la protagonista de la novela de Rosa Montero, hace muchas reflexiones sobre el deterioro del cuerpo, y eso en una residencia de mayores es algo obvio.

Ahora pongamos un nombre ficticio a este nuevo personaje femenino y así, a partir de este momento, Enriqueta será la protagonista de una segunda remota probabilidad.

Repanchingada en su enorme silla de ruedas y vestida con ropas amplias, y adornada  de sus collares y pendientes de bisutería, a nadie le resultaba indiferente su presencia. Sin ser demasiado arisca, apenas se relacionaba con otros residentes y mantenía siempre una distancia discreta que, sin llegar a la altivez, marcaba diferencias, Enriqueta era una reinona en su trono rodante.

Ella se ufanaba de ser la viuda de un militar e, instintivamente, deseaba un trato más servicial por su supuesta categoría. Personalmente empatizaba mucho conmigo porque alguna vez le había referido que hice la mili en Ceuta, el lugar donde ella nació y vivió durante muchos años junto a su marido e hijas.

Comentar anécdotas sobre aquel tiempo que pasé en la ciudad norte-africana me facilitaba mucho algunas pautas del trabajo, puesto que ella, distraída por la conversación, colaboraba más. Tampoco a mí me venía mal recordar hechos y situaciones tan lejanos en el tiempo.

Hablábamos de la calle Real que es el eje vertebrador de la ciudad, del Monte Hacho con sus laderas horadadas de polvorines y coronado por el famoso penal militar, del puerto, de la belleza de sus dos bahías, de los ferrys, de las históricas Murallas Reales, de la obsoleta batería costera del Pintor con sus enormes cañones que eran una reliquia de las defensas que tuvo la plaza en otras épocas, o sobre la montaña de "La mujer muerta". También le hablaba de las excelencias del té con hierbabuena que servían en el cafetín de Benzú.

De vez en cuando, y en los momentos de descanso, surgía la conversación acerca de los recuerdos que Ceuta nos provocaba. Sin embargo, Enriqueta siempre aludía a su prestigio y su supuesta supremacía, sobre todo, cuando conocía que algún otro residente o familiar tenía algún vínculo militar o con la benemérita.

Ella siempre terminaba preguntándome, ¿a que teniente es más que brigada? Porque todo su afán era imponer el rango que alcanzó su difunto marido tratando de sobresalir en aquel ambiente. Y aunque su actitud era un poco ridícula y maniática, comprendía su afán por destacar, pues era habitual e inherente el comportamiento de las militaras mostrar su estatus para reafirmar una superioridad frente a los demás.

Enriqueta presumía además de ser una auténtica "Caballa", que es un gentilicio aceptado ya por la RAE para los nacidos en aquella localidad. A veces me refería lo feliz que fue en aquella ciudad, de su actividad y su trajín en el ambiente castrense. Nada que ver con la realidad actual, con los achaques de la vejez y alejada de su amada Ceuta.

Era su opinión y la respetaba, otra cosa era mi percepción o parecer porque, en aquel destino, estabas muy limitado por su lejanía y cruzar el Estrecho suponía un inconveniente añadido. Además, toda la actividad de la población giraba alrededor del ejército, también lo lúdico, pues la tropa, lo invadía todo y, para más inri, en aquellos últimos setenta del pasado siglo, incluso durante el paseo, debías ir correctamente uniformado.

Era un poco deprimente la salida del cine, todos éramos soldados, y si alguien vestía de paisano era un osado veterano o un oficial destinado allí. A casi nadie se le ocurría ligar en aquel ambiente, para intentarlo debías al menos lucir en la bocamanga alguna estrella. Pero el bullicio de la ciudad con los turistas que se animaban a cruzar el Estrecho para comprar en los bazares y el movimiento de la cercana frontera conformaban un ambiente repleto de dinamismo y colorido.

Los mandos solían estar conformes, puesto que recibían un plus por estar fuera de la península y porque todo giraba alrededor de ellos. ¿Y los soldados?, pues resignados y esperando que llegase la licencia para volver en la Paloma, que así le llamábamos al barco que nos devolvería a la vida civil.

No había mucho que hacer en Ceuta porque el territorio es muy limitado y un año da para mucho, los servicios, las guardias, el paseo, alguna peripecia y poco más. Pero después de conversar con Enriqueta muchas veces he pensado y especulado si en aquel año no me pude cruzar con ella por aquellas calles, en la Plaza de África o en cualquier otro lugar. Ella entonces sería posiblemente una mujer madura casada con un simple sargento y yo un soldado más, ciudadanos anónimos que transitan ajenos al destino.

Lo cierto y verdad es que nunca lo sabré, mi hipótesis no deja de ser un disparate divertido que, entre otras divagaciones, me ha permitido escribir este relato sobre las ínfulas de Enriqueta y mis batallitas de la mili. Aun así, siempre me quedará la duda.

¿PUDO SUCEDER ALGO ASÍ?