Hola, ¿qué tal? Me presento ante ustedes: Me llamo Jimeno Jiménez y desde hace unos cuantos años mis amigos me llaman cariñosamente JJ, o sea, jota, jota. Antes no me importaba, pero ahora que ya voy teniendo una edad no me gusta mucho que me llamen así.
Me piden que les cuente sobre mis miedos y yo, la verdad, es que apenas tengo que decirles. Desde muy pronto supe convivir con ese sentimiento que aterroriza a mucha gente.
Cuando apenas levantaba un palmo del suelo, mis padres me responsabilizaron de un pequeño rebaño de cabras y ovejas. Allí, en aquella mísera sierra, solo y a oscuras en la choza oía cada noche el aullar a los lobos, lo que al principio me acojonaba un poco, pero me fui acostumbrando.
Cuando fui mayor me llevaron a la mili, pero yo no quería ir porque estaba muy a gusto en el pueblo. En aquel campamento de reclutas me comieron el coco y me apunté a la Legión. Allí, en aquel cuerpo, me dieron alguna que otra hostia, quizás sin merecerlas, pero nada de particular, ya saben, cosas de hombres. Más me dolió cuando me grabé en el brazo la frasecita típica “Amor de madre”. Aquello fue una encerrona, pues cuando me lo hicieron estaba un poco borracho y además, era cierto que no tenía mucha suerte con las mujeres.
Más tarde, y cuando me tuve que ir del pueblo, más que miedo tuve recelo. Era un cambio muy grande irme a la capital y no sabía si iba a acostumbrarme. Después, durante treinta y tantos años, tuve pavor a que me atrapase la rutina, y les digo esto, porque durante ese tiempo estuve apretando tornillos en una cadena de montaje, todo el día bajo la luz artificial de los fluorescentes, menuda condena.
Ahora con los años me he vuelto un tipo duro, de esos que dicen que están de vuelta de todo, que muy pocas cosas les importa. Sin embargo, en esta mañana luminosa, tengo pánico a entrar en la habitación donde tengo el ordenador y al encender el aparatejo, me entra un sudor frío. No sé por donde empezar, tecleo asustado un día más.
Resulta que estoy a punto de jubilarme en cuanto cumpla los años, pero ahora, con la dichosa pandemia, todo el papeleo se gestiona por Internet. A mí esto me viene grande, tengo la mesa llena de papeles, de nóminas, de claves y de certificados. La vida laboral me da error y no consigo cita ni a la de tres. El otro día, hasta lo intenté a las cuatro de la madrugada pero al final, desistí.
Este quilombo me está quitando el sueño, me duele la cabeza y apenas tengo hambre, vamos, que estoy de los nervios. Nunca tuve tal miedo como ahora, me siento desvalido y no sé cómo salir de este oscuro túnel.
Mis amigos me recomiendan que vaya a una gestoría porque esta situación de impotencia me está quitando la salud, y sobre todo me dicen que ni se me ocurra ver una peli inglesa que se llama: Yo, Daniel Blake.