Y seguimos...
Como no podía ser de otra manera, el colectivo El Globosonda continúa con sus retos al iniciar un nuevo año. Este enero, y anhelando un futuro de esperanza, hemos elegido para iniciar el tema los primeros versos de un poema del mejicano Octavio Paz que dicen así:
PRIMERO DE ENERO
Las puertas del año se abren,
como las del lenguaje,
hacia lo desconocido.
Anoche me dijiste:
mañana
habrá que trazar unos signos,
dibujar un paisaje, tejer una trama
sobre la doble página
del papel y del día.
Mañana habrá que inventar,
de nuevo,
la realidad de este mundo.
Pero antes de imaginar el porvenir, necesito echar un vistazo al pasado reciente, preciso sopesar qué cosas me han sucedido y qué debería reconducir o solucionar para no volver a cometer los mismos errores. Necesito valorar los acontecimientos que me han condicionado durante estos meses anteriores para que no sigan afectándome el ánimo.
Y es que el pasado año ha sido extremadamente raro y complicado, incluso más que el 2020 que fue cuando se inició la pandemia. Aquello fue una tragedia imprevista que nos sacudió como un latigazo pero, después, nos hemos precipitado creyendo haber superado el sufrimiento de los primeros momentos. Tampoco hemos sabido o no nos han ayudado a gestionar sus consecuencias, o a entender y aceptar que el asunto va para largo.
Aparentemente ha existido un exceso de información, sin embargo, la gran mayoría de las noticias eran banales, comunicaciones vacuas o con un exceso de retórica, con argumentos y razones que no venían al caso en demasiadas ocasiones.
Pero lo cierto y verdad es que este triste acontecimiento nos ha cambiado la vida, tanto las medidas importantes, como las vacunas o como el contrasentido de algunas normas. De repente, hemos variado la forma de relacionarnos porque la desconfianza reina a sus anchas, no sólo porque no sabemos cómo está el semejante que debe demostrar a cada paso su estado sanitario, sino porque la inseguridad se ha adueñado de nuestro talante.
Esta sensación de desconcierto ha servido para planear modelos de gestión que van en contra de los ciudadanos, personas que necesitan el doble de tiempo para gestionar sus trámites en cualquier organismo público o social y, a la fuerza, hemos tenido que resignarnos ante las colas y las demoras, sobre todo, en la atención primaria sanitaria.
Como una doble moral hay un tratamiento para cada situación, no hay más que comparar las normas para el transporte público o para realizar el trabajo cotidiano con las restricciones de aforo en bancos u organismos oficiales, un doble rasero que el vecino no entiende, pero que debe soportar con total sumisión ante el desconcierto de los gobernantes.
Pero vayamos a este tiempo nuevo que se avecina, un periodo que en mi opinión seguramente no diferirá mucho del actual y en él persistirá el desasosiego.
Es casi seguro que la ciencia seguirá desarrollando vacunas y medicamentos para combatir la expansión del virus, evidentemente no saldrá gratis, y solo los países y las sociedades con posibles podrán pagar el precio que determinen la multinacionales farmacéuticas.
Difícilmente podremos inventar una nueva realidad como dice el poema porque, arrastramos un lastre demasiado pesado para construir una sociedad mejor. Mucho me temo que en el nuevo camino a recorrer perderemos valores importantes en aras de la salud o la seguridad.
Mientras tanto, trato de aislarme del ruido mediático y me refugio en la rutina diaria, intentando sortear los eufemismos que tratan de confundirme. Ahora prefiero distraerme buscando sinónimos diferentes para no ser muy repetitivo en mis escritos, fisgar en el diccionario para encontrar vocablos raros y localismos olvidados, deleitarme con las palabras que sean bellas, que suenen bien y que me transporten a la nostalgia de la niñez. Y por supuesto, quiero compartir junto a Macarena mi declive y su crecimiento, celebrar con ella las pequeñas acciones y tareas del día a día, como sus despertares, sus desayunos de copos de avena, la rutina de la compota y la galleta María a media mañana, el biberón después de la siesta y sobre todo, los paseos por el parque y el bulevar.
Reconocer que, para ella, hay algunas palabras rotundas y fáciles de pronunciar como por ejemplo, pan o pato, y dilucidar si otras más ininteligibles significan plátano o hipopótamo. Hay que descifrar a qué se refiere cuando farfulla agua o guagua, también ayudarle a descubrir vocales como la e y la i, porque para Macarena los pipis son popos y los reyes son los yeyes. Y siempre sonreírme cuando imita la forma de caminar de su yaya, la bisabuela, o cuando con su lengua de trapo exclama suspirando: "Ay-yayay-yayay" como si estuviese barruntando sobre las dudas del futuro que tiene por delante.