Uno de los grandes cambios, quizá el más trascendental en nuestra reciente historia democrática, haya sido la pacificación del País Vasco. Era una enfermedad que padecía, que sufría toda España. Y sobre todo porque se ha hecho de la forma más eficiente que todos podríamos imaginar. Lo más significativo, lo que nunca debemos olvidar, era el tiro en la nuca. Pero no menos importante, por lo que significa vivir en paz, ha sido la normalización política y social para una convivencia entre vascos y entre españoles. Que Euskadi, nuestra querida Euskadi, esté celebrando una campaña electoral de forma ejemplar es algo que debe suponer un orgullo de todos.
Dos pequeñas secuelas que debemos superar, para que la obra sea perfecta, -aunque la perfección no existe-, es no confundir la memoria, lo que nunca debemos olvidar, con el homenaje a los actores de aquella vergüenza. No hay que olvidar; hay que tener siempre presente lo que ocurrió para que no vuelva a repetirse. No es hurgar heridas del pasado, es conocer y estudiar con toda su profundidad lo que nos llevó a esa situación. Pero ensalzar a sus autores, NO. Sabemos que es residual, pero no impide para que se trabaje hacia la normalización total.
Y la otra secuela es que un sector de la política española, siga en su obsesiva manía de demonizar permanentemente, por intereses estratégicos, a los que ellos llaman “herederos del terrorismo”. No. Salvo los pocos que siguen inmersos en sus intolerables homenajes, la mayoría han entendido, y obedecido, el mensaje que todos les pedíamos: “Cambiar las pistolas por la palabra”. Lo han entendido, y lo practican. Lo vemos en el Parlamento, y ahora con motivo de la campaña electoral.
Sí. Es una realidad. Ha sido un cambio que se fue fraguando porque líderes políticos diseñaron una estrategia adecuada, eficaz y legal. El Gobierno Vasco, sin ocultar sus aspiraciones legítimas, procedió dentro del respeto a la ley. Trasladó a Madrid su petición de “Estado Asociado” por vía legal; y con el respeto a los procedimientos, se le dijo que no. En Madrid, encontraron un Gobierno dispuesto a escuchar y tender puentes. Hubo diálogo y entendimiento. Y por ese camino ha ido creciendo su deseo de convivir en paz. La sociedad ha podido percibir que el bienestar social y una convivencia en paz es más conveniente que un enfrentamiento identitario. ¿Ocurrió lo mismo con el procés?