Existe unanimidad en considerar los nacionalismos como la causa primera de todos los males, de todos los conflictos que hemos sufrido en Europa, a lo largo de nuestra historia. Es cierto; pero quizá convendría hacer algunas matizaciones. Porque si no podría pensarse que los nacionalismos son malos. No. Intrínsecamente no son malos. Lo malo es, el significado falso que algunos le han adjudicado; por ignorancia, por malas intenciones, o, simplemente por utilizado con otros intereses.
Es legítimo y digno de alabanza, el sentimiento patrio que cada uno llevamos dentro. Pero ese sentimiento tiene diferentes formas de expresarse, de exteriorizase. No hay porqué renunciar a sus gentes, a su cultura, a sus costumbres, a sus símbolos. Pero ese sentido nacionalista, -sin ser malo-, en una sociedad avanzada, resulta insuficiente y arcaico. Yo no quiero mostrar mi nacionalismo con la exhibición en balcones y plazas de mi bandera. Quiero un sentido patrio que vaya dirigido a algo mucho más profundo, algo que de verdad me identifique como el ciudadano de una patria que luche por defender los derechos sociales, que luche contra la desigualdad.
Limitándonos a los conflictos que el nacionalismo mal entendido ha ocasionado en España podríamos deducir que ha sido por aplicar al nacionalismo un concepto y una actitud fanática. Ahí es donde debemos avanzar. Pobre orgullo si lo limitamos a la grandeza del “Imperio español”, y más pobre aún si ese sentido supremacista lo reducimos a exhibir la bandera que represente ese nacionalismo trasnochado.
Un nacionalismo españolista bien entendido sería sentirse orgulloso de haber sido capaces de una transición de la dictadura a una democracia. Resulta contradictorio ver líderes políticos que reivindican el espíritu de la “Transición”, y rechazan el diálogo. ¡Esperpéntico! Un nacionalismo catalán bien entendido, sería el que presume, y puede presumir, de pueblo avanzado, generoso, trabajador y acogedor. Contradictorio de igual manera también alardear de un espíritu universal y pretender la separación. Los nacionalismos tienen cabida si se esfuerzan por perfeccionarse sin el menosprecio del otro; si se esfuerzan por los valores democráticos actuales. Y la democracia es integradora, es diálogo permanente, es convivencia.