La política, los políticos, o nosotros mismos hemos caído en un bucle sin salida, pernicioso y maligno. Hemos entrado en una dinámica que se muestra insalvable. Parece irremediable. Tener distinta ideología significa estar permanentemente enfrentados; imposible llevarse bien. ¿Exagerado? Ojalá, y fuera una exageración. Pero tengo la impresión de que es así; así de real; así de lamentable. A veces, ni hablarse entre ellos; a veces, en el mejor de los casos, no hablar ni de religión, ni de política. Y en el caso de los políticos, solo insultos, faltando a la verdad y al respeto.
¿Se puede así hablar? ¿Se puede así analizar? ¿Se puede así debatir? ¿Se puede así pactar y consensuar? Imposible. La actividad política se hace irrealizable. En medio del enfrentamiento, de la crispación, de la polarización, no hay manera de hacer frente a la misión que los ciudadanos le tienen encomendada a los políticos. Algunos no saben hablar sin faltar a la verdad y al respeto. El trabajo por mejorar la vida de los ciudadanos queda relegada a un segundo plano. Un fenómeno que nos invade. Basta presenciar una sesión de control al Gobierno para palpar la realidad.
¿Y esto a qué se debe? Tiene que haber una razón; una o varias. Quizá una sea el sentimiento ideológico que se mueve en el territorio visceral. Se abandona la razón y el pragmatismo. Algunos se dirigen a los suyos para mantener vivo el espíritu patriótico, olvidando que la convivencia en prioritaria. Quizá, otras veces, motivados porque no hay motivación; no hay un proyecto sólido, firme, en el que sustentar la actividad política; no hay proyecto, o si existe no es confesable. La intención primera y última de algunos, es la defensa de unos propósitos que no van dirigidos al interés general. Se mueven en unas intenciones que no se pueden anunciar.
Se pueden mover algunos en la sana intención de mejorar la vida de los ciudadanos, y puede salirles bien o mal; pueden equivocarse; sí; y ahí es donde debe aparecer la oposición, para corregir, para mejorar; no para destruir; no para embarrar el terreno de juego; no salir por peteneras para esconder vergüenzas. No se puede atacar vergüenzas, si en tu casa las hay igual o mayores. No hay propósito de la enmienda; todo lo contrario. La ideología y la estrategia no pueden convertirse en un obstáculo para la amistad y la buena convivencia.