Cuando algo acontece, difícil de explicar, se dice: “Aquí hay gato encerrao”. Así es. El “Caso Casado” ha explotado de una forma tan abrupta que se hace incomprensible. Surge inevitablemente la sospecha de que algo se esconde. No es posible que una bancada aplauda con fervor apasionado a un líder, diga lo que diga; aunque sean mentiras, o barbaridades, y en menos de 24 horas, esa misma bancada lo desprecie de forma humillante. Nunca podría imaginar que un personaje como Pablo Casado me iba a inspirar lástima. ¡No hay derecho a lo que han hecho con él!
Todo son preguntas, sin respuestas. Si es verdad que por denunciar una presunta corrupción se puede tratar a una persona como se ha tratado a Pablo Casado, es que la corrupción ha llegado a territorios mafiosos. Y ahí empiezan a surgir las preguntas. ¿Cómo es que se presentó la candidatura de Ayuso? ¿Cómo es que conociendo en octubre el caso de su hermano no se tomaran medidas? ¿Es verdad que una vez más se decidió por organizar un espionaje ilegal? ¿Dónde está la limpieza de la que tanto presumen? ¿Por qué Casado perdona el expediente a Ayuso de forma inesperada?
No. Aquí faltan muchas explicaciones. Menos aplausos y menos juicios sumarísimos, y más explicaciones. Un partido político no es una secta secreta. Que la gestión no haya sido la más conveniente, puede estar detrás de todo esto. Pero que se haya producido en 24 horas, es lo raro. El Partido Popular de antes, de ahora, y el que viene “tiene dos problemas determinantes”, y que en lugar de huirlos deben afrontar con decisión. De lo contrario el partido corre un peligro, no deseable, para el normal desenvolvimiento de nuestra convivencia democrática.
La dirección presidida por Pablo Casado no ha tenido en cuenta que su partido fue expulsado del gobierno por corrupción. En España, desde el tamayazo, se ha prodigado demasiado el fenómeno de la corrupción; está peligrosamente arraigado. En especial en la Comunidad de Madrid. Muchos lo hemos dicho por activa y por pasiva: “O la democracia acaba con la corrupción, o la corrupción acaba con la democracia”. Y el otro problema es que el partido dirigido por Casado no ha definido con claridad su posición ideológica y estratégica respecto a la ultraderecha. No la quiere tocar porque quema, pero acerca su mano demasiado al calor que despide.