Otro nuevo caso de corrupción. Esto es una cadena que no tiene fin. Montones de casos en proceso de investigación, aún sin sentencia, y siguen apareciendo más casos nuevos. El último “el caso Koldo”. Condenable, repugnante, intolerable. Podíamos seguir poniendo calificativos, hasta que amañane. Igual que otros muchos que por desgracia hemos conocido, seguimos conociendo y, lo peor: que seguiremos conociendo. Porque esto no va a acabar. Estamos condenados a que sigan apareciendo. No hemos sabido poner coto a esta lacra. Corruptos y cómplices campan a sus anchas por el territorio de la política. ¡De pena!
Se me ocurre decir tres cosas. El caso “Koldo”, condenable sin paliativos; venga de donde venga y lo haga quien lo haga; da igual; si es este o si es aquel; si es de los míos o si es de los tuyos; ¡condenable!. Segundo: me cuesta mucho trabajo creer que el exministro Ábalos y su entorno, no sabían nada; no estoy en condiciones de asegurar, ni lo uno ni lo contrario; solo que me cuesta mucho trabajo creerlo. Y en tercer lugar, que aprovecharlo como arma arrojadiza es lamentable e indecente; y además el mejor camino para que esto no acabe nunca, que no tenga fin.
Y ahí es donde quiero llegar. Corruptos habrá siempre, como habrá carteristas, y ladrones de bicicletas; siempre habrá ladrones de guante blanco. Desgraciadamente inevitable, por triste que lo sea. Mientras el mundo sea mundo habrá delincuencia. Lo que si podemos evitar y no lo estamos evitando, es el espectáculo que siempre acompaña a cualquier caso de corrupción. “Y tú más”; si es de los míos, hasta se justifica, se defiende, enseguida aparece la exigencia de la presunción de inocencia, se esconden, o se destruyen pruebas. Lamentable espectáculo.
Pero si es del otro bando, todo lo contrario. Se utiliza el caso para desprestigiar al adversario, se utiliza como arma arrojadiza, se piden responsabilidades a diestro y siniestro. Echan llama por su boca aquellos que tienen mucho de qué callar. Para qué seguir; si nos sabemos de memoria el disco. Hasta llegar a decirle al presidente del Gobierno: “Me gusta la fruta”. Y es ahí precisamente donde está la raíz del proceso inacabable de la corrupción. Si lográramos, que cuando aparezca un caso, todos unidos, hombro con hombro, condenarlo y ayudar a la justicia, quizá habría menos corrupción; quizá alguno se lo pensase antes de meter la mano en el cajón.