Mientras la conciliación laboral y familiar siga siendo una utopía, las mujeres tendremos que renunciar a nuestra carrera profesional o incluso a ser madres. Aspiraciones legitimas para las que la sociedad y la política tienen que dar respuesta.
Pero como la política siempre viene con retraso, las feministas tenemos la obligación moral de seguir alzando la voz en pro de la igualdad. Porque gracias a esas manos que un día se alzaron como Clara Campoamor, hoy las mujeres podemos votar, estudiar, tener una cuenta a nuestro nombre o trabajar fuera del hogar.
Una de las demandas del movimiento feminista es la necesidad de arbitrar medidas políticas en el ámbito laboral, ya que es uno de los focos fundamentales donde se hace evidente esta desigualdad. Por ejemplo, 6 de cada 10 mujeres renuncian a su carrera profesional por ser madres.
Si la conciliación en una gran ciudad con multitud de servicios es difícil, lo es más aún en poblaciones pequeñas, donde la situación de las mujeres se agrava por la falta de servicios como guarderías adaptadas a la baja maternal o comedores escolares, entre otros. Por lo que la mujer se ve obligada a elegir entre el cuidado de sus hijos o promocionar en su carrera profesional. Nosotras somos las que reducimos un 37,7% nuestra jornada laboral, frente a un 4% de los hombres. Por lo tanto, es este el verdadero techo de cristal que las mujeres tenemos que romper.
Si elegimos no renunciar al trabajo, nos vemos forzadas hacer malabares para poder llegar a todo. Pero no somos "superwoman" (aunque quisiéramos serlo). Y estamos sometidas a un sentimiento de culpa permanente con un ritmo frenético de ocupación, trabajando dentro y fuera de casa, en el que poder hacer deporte o ir al cine se reduce a un día festivo. Y lo peor de todo es que nuestros hijos e hijas pasan su infancia al cuidado de abuelos a los que le damos una carga que no les corresponde, o dejamos su educación en manos ajenas.
El panorama es desolador, adolescentes solos en casa sin ningún tutor que les supervise y niños con jornadas escolares que entrelazan con actividades extraescolares hasta que sus progenitores terminen sus trabajos.
"El cuento" de la conciliación laboral es la gran estafa de la sociedad del siglo XXI que obliga a la mujer, a ser madre y trabajadora.
Es necesario visibilizar el problema de la conciliación. Necesitamos un cambio del modelo social que modifique las leyes de igualdad actuales y apruebe otras más ambiciosas que vayan dirigidas a una conciliación real. Los distintos agentes sociales, Estado, sindicatos y empresas, deben renovar su compromiso y es fundamental que los hombres se involucren de una forma más activa puesto que es su deber reclamar el derecho a equilibrar los tiempos de dedicación a las tareas domesticas y que la responsabilidad del cuidado de los hijos no solo recaiga en la mujer (como viene siendo tradicional en nuestra sociedad). La conciliación no es cosa únicamente de mujeres.
En nuestra mano está educar a nuestros hijos en pro de la igualdad, no utilizar lenguaje sexista, fomentar la equidad en el trabajo y asumir las responsabilidades por igual. En unos años veremos si las generaciones más jóvenes, socializadas en la igualdad formal, serán capaces de consumar el ideal igualitario de corresponsabilidad en sus vidas cotidianas. Y veremos si las mujeres empiezan a ocupar puestos de responsabilidad en las altas esferas directivas o una mujer presidenta del gobierno.