“Detesto a las víctimas que respetan a sus verdugos”, dijo el filósofo francés Jean Paul Sartre. No se puede definir mejor el servilismo emocional y la servidumbre espiritual. Antes de entrar en la sala de juicios, el empresario Donald Trump ha declarado que “cuando entre en esa sala del tribunal, sé que tendré el amor de 200 millones de estadounidenses detrás de mí, ¡y lucharé por la libertad de 325 millones de estadounidenses!”. Un estadounidense debería sentirse intelectualmente ofendido con esta declaración. Primero porque en un proceso penal, el amor de doscientos millones de personas no sirve absolutamente para nada. O, por lo menos, así debería ser. Y, en segundo lugar, porque en un proceso penal, el procesado no lucha por la libertad de nadie, salvo por la suya propia.
¿Y si fuera cierto? ¿y si Donald Trump conoce que hay doscientos millones de personas que le alaban? Sobrecoge pensar que, como dijo Sartre, hay víctimas que respetan a sus verdugos. Aún más allá, las masas no solo respetan a sus verdugos, sino que los admiran y veneran y, un segundo, la idea de la masa puede voltearse y transfigurar la admiración en odio. El pueblo en masa es como un intestino gigante que no piensa, la razón sobrevuela los gentíos y de cuando en cuando, deja caer una idea, o media idea. A las masas les sirven dos palabras para amar y para odiar. Y Donald Trump lo sabe, igual que otros muchos lo supieron. Su gesto de indignación pétrea ante no se sabe qué verdugo refleja aquello por lo que cualquiera de sus votantes puede indignarse. Donald sabe bien cómo ejercer de espejo de las injusticias que sufren sus votantes. La ira de su rostro parece decir: “yo vengaré tus injusticias” Y así, el votante pasa de sentirse víctima a sentir el poder del verdugo. Donald Trump será juzgado por los cargos que se le hayan imputado, pero los delitos que se le imputen es lo menos importante para sus votantes. El juzgado es el perfecto escenario para entrar como víctima ofendida y salir como un victorioso Ivanhoe quien poseía un amor tal por su patria que no podía evitar dar mandobles a diestro y siniestro encima de su caballo.
¿Es posible que cualquier votante medio considere que un proceso penal a este empresario americano puede servir para salvar a su patria? Donald Trump sabe que sí. La sentencia carece de importancia, incluso una eventual sentencia condenatoria puede justificar una mayor victimización. Existe un especial regusto por los salvadores de patrias, cuando a algunas patrias no les pasa nada que justifique su sentir de víctima. En sentido totalmente contrario a la victimización sin causa, la filósofa Hannah Arendt escribió en su libro Eichmann en Jerusalén (donde acuñó el término la banalidad del mal) que “el pensar es el sacramento del hombre libre”. Por eso las personas con el pensamiento secuestrado respetan a sus verdugos.