“Vive de tal manera que tu muerte sea tremendamente injusta”, manifiesta el filósofo Javier Gomá, quien en 2009 escribió su libro Ejemplaridad pública. En este libro el filósofo sostiene que sobre las personas públicas pesa un plus de responsabilidad dado que constituyen un ejemplo para el resto de la sociedad. La ejemplaridad -dice Javier Gomá- es fuente de moralidad social y favorece la democracia.
Y es que, con permiso de Teresa de Jesús, la Filosofía también se encuentra entre los pucheros, es decir, en la actitud que una persona adopta cuando se le cuelga una medalla de concejal. Por los pequeños gestos y detalles se escapa la grandeza y la pequeñez del corporativo. Por eso es tan delicado asumir un cargo electo. No se trata de que la mujer del César parezca buena, además de serlo -aserto manido y facilón donde los haya-, sino de ser de verdad una persona ejemplar en cualquiera de los sentidos. Por eso, en los años veinte de este siglo, han de desaparecer aquellas viejas y rancias ínfulas de poder en las que concejales y concejalas impostaban el gesto de maldad ladina en su mirada para ver si así se les incrementaba el cociente intelectual. Los ciudadanos ya no se creen la puesta en escena del refranero popular ni de la agotadora repetición de lugares comunes, frases archiconocidas, ideas con naftalina y palabras desgastadas que ya no se oyen cuando se perpetran.
Los resultados de las urnas hablan por sí mismos y están diciendo, en definitiva, que los ciudadanos y ciudadanas quieren personas serias y responsables. Ya no están vigentes aquellos políticos que ejercían de listos con hambre y que acababan con las existencias de paté de perdiz de los restaurantes de lujo. Los ciudadanos ya no encajan en sus gargantas la bola de palabras dichas a bulto, las paráfrasis y perífrasis eternas. ¡Y esos gerundios que anuncian que el político todavía no acaba de hablar en un discurso de más de quince minutos, cuando ya han hablado cuatro y quedan por hablar otros tres y no caben en la mesa y los ramos de flores ya han perdido su esplendor y lozanía! Un respeto al valioso tiempo del público que tiene la cortesía de asistir a actos oficiales, por favor.
Toca evolucionar y dirigirse a un ciudadano inteligente. Gestionar, justificar la gestión y dedicarse a lo que toca, es decir, el abastecimiento de agua, alumbrado público, residuos, saneamiento, parques y jardines y un largo etcétera de competencias que guardan muy poca relación con esas formas de alta política que se adoptan en según qué instancias.
Porque después, pasados los cuatro años, hay que salir a la calle y saludar a los vecinos e ir a la tienda y al comercio. Y entonces viene la vida y pregunta: ¿y tú, ¿quién fuiste?, ¿calumniaste, difamaste, insultaste? Y tú, ¿cómo te posicionaste ante la burla pública?, ¿te enamoraste de la mentira? ¿Y tu vida?, ¿has sido tan ejemplar que los ciudadanos sientan que tu muerte es tremendamente injusta?