La primera cueva que habitamos es la de nuestra madre. El corazón que oímos a lo lejos, o cerca, ¿quién sabe?, es el de nuestra madre. Esa gran campana que una y otra vez repite el mismo mandamiento: vivir. La primera voz humana que el feto aprecia es la de la madre, sus canciones, sus conversaciones, sus enfados, sus alegrías….
Si la madre come chocolate porque le apetece o no come huevos fritos porque le repelen, provocará unas sensaciones placenteras o de repulsión que anidarán en el rincón más hondo de las células del feto.
El mar oscuro y templado que habita el embrión es el único mundo que conoce. Un mar en el que flotar y dormir y voltearse como un pez redondo y confiado. Y un día, todo se dispone para salir del mar. El corazón de la madre cambia su mandamiento: nace. Hay que atravesar entonces ese camino estrecho por el que una se cae del mar hacia ningún sitio. Hay que dejar el mar templado y cortar el cordón que nos dejará aislados e individualizados para siempre. Una vez fuera, hay que estrenar los pulmones: el primer grito. Tantos estímulos aquí fuera que una desea volver a oír la voz que conocemos, y el olor y el sabor del único universo que conocemos. Entonces, y por regla general, los profesionales nos depositan con delicadeza en el vientre de nuestra madre y el resto ya se sabe.
Hay casos en que este último paso en que al recién nacido se le devuelve su madre no ocurre. Y esto es así porque se ha decidido que el feto viable, con forma humana y que, por tanto, alcanza el status jurídico de persona, será entregado a la madre que aportó el óvulo fecundado. Posiblemente, no haya que hacer un drama enorme de este olvido impuesto al recién nacido quien debe olvidar a su madre-cueva porque es considerada como un mero alojamiento o un huerto para criar tomates. Sin embargo, no es irracional pensar que la persona así gestada pueda sentir cierta molestia, curiosidad, acaso un picor emocional porque le hayan borrado la primera página de su vida a saber, la persona donde se gestó.
En la otra cara de la moneda, y huyendo también de sentimentalismos políticamente incorrectos se encuentra la nave nodriza del invento. Hormonas que suben, hormonas que bajan. Bueno, solo un mal trago y a otra cosa. Hay que ser fuertes…no está bien vista la negatividad ni la queja. Mujer, no seas ñoña….
Los profesionales competentes en la materia habrán de dictaminar si efectivamente hay un daño psicológico en la gestación subrogada. La falta de regulación jurídica no hace más que facilitar la frivolización de gestar niños/as según las necesidades emocionales de cada quien. Por ahora, el único favor que nos ha hecho Ana Obregón es ponernos a pensar en el primer duelo de su nieta Ana.
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