jueves. 14.11.2024

La ira y la lluvia

La ira del pueblo de Paiporta ha desbordado el sistema de competencias establecido en nuestra Constitución de 1978 entre Estado y Comunidades Autónomas. Seguramente los ciudadanos de Paiporta no querían pegar al Presidente del Gobierno, ni increparlo, ni mucho menos gritar la palabra asesino. En un día normal, en seco y estando todos limpios de barro y alimentados, nadie agrede a nadie. Sin embargo, ocurrió que el Presidente de la Comunidad Valenciana se quedó esperando que del cielo cayera la ayuda que no supo exigir y, por su parte, el Presidente del Gobierno, se quedó esperando a que desde Valencia el pidieran algo, “lo que hiciera falta”. Quisiéramos creer que el Presidente del Gobierno está tan sumido en la inercia del electoralismo que no supo cambiar de registro y trató a Valencia como si fuera una región perdida allá por la lejana Siberia. Alguien debió decirle: “A ver, Pedro, que se trata de nuestra Valencia, no de un pueblo de Tayikistán”

Mientras el Presidente de la Comunidad Valenciana esperaba a que escampara creyendo que se trataba de una riada más, los ríos de las calles decían lo contrario. Y el Gobierno de la nación, entendiendo que no podía invadir las competencias asumidas por la Comunidad Valenciana en su Estatuto de Autonomía, decidió respetar tantísimo la legislación vigente y la Constitución que el agua ahogó literalmente a la población.

A riesgo de incurrir en reiteración, debemos afirmar que sí, que fue un desastre y un alarde descomunal de incompetencia. Si llueve mucho, uno hace lo que ha de hacer. La ira del pueblo hizo el resto. Es indeseable pegar, amedrentar e insultar al Presidente del Gobierno. Fue una bajada a la realidad que no debió ocurrir, en primer lugar, porque el Presidente ya debía estar en la realidad del pueblo y no en delirios electoralistas. Idéntico argumento ha de emplearse con el Presidente Valenciano quien, como un niño pequeño, se dedicó a imputar culpas a organismos varios, no asumiendo su propia responsabilidad.

El comportamiento de los reyes fue lo único digno en el pésimo espectáculo de personas que han profesionalizado demasiado la también digna profesión de político. El exceso de profesionalidad provoca en ocasiones una visión túnel en la que el único objetivo es la lucha electoral y las personas se perciben como votantes y no como personas.

La lluvia no conoce de límites competenciales ni territoriales. El agua cae y discurre por su sitio porque es soberana de sus cauces. Los organismos de cuenca como las Confederaciones hidrográficas conocen el respeto que ha de observarse a los cauces, de manera que, aunque permanezcan secos, hay que visualizarlos con toda su agua. Esperemos que quien sí sabe realizar maniobras en caso de catástrofe, es decir, el ejército, reciba las órdenes oportunas para paliar y solucionar parte de esta tragedia. Por cierto, antes de esta indeseable catástrofe nos habíamos quedado en que un tal Íñigo Errejón había sido denunciado por violencia de género. Cuanto silencio.

La ira y la lluvia