“La inteligencia es casi inútil a aquel que no tiene más que eso” dijo el biólogo y médico francés Alexis Carrell. Y, si la inteligencia artificial es solo eso, inteligencia, no ha de ser tan preocupante como para imaginar que anda suelto Terminator y que acabará con todo signo de inteligencia humana. ¿O sí? La inteligencia humana posee un ingrediente que jamás podrá imitar la inteligencia artificial. No es el corazón, ni la sensibilidad, ni la creatividad. Esa facultad, ese atributo, esa capacidad inalienable e inimitable imprescindible para afirmar la inteligencia no es otra cosa que la mismísima tontería.
La necedad humana es requisito imprescindible para poder declarar la existencia de vida humana inteligente. No puede afirmarse que haya conducta prudente y diligente si, en el envés de toda conducta no existe una dosis importante de estupidez. ¿Qué es una persona inteligente sino un tonto entrenado? Detrás de la inteligencia, en el otro lado, paralelamente, subyacente, en cualquier atisbo de inteligencia, ha habitado antes la ignorancia.
La comunidad científica está preocupada por la posible desaparición o sustitución de profesiones como las relativas a la educación, el periodismo e incluso la creación literaria. La inteligencia artificial puede crear textos con tal apariencia de verosimilitud que parecen creados por una persona. Pero la comunidad científica y alrededores olvidan quizá que el mejor indicador para discernir qué trabajo ha sido realizado por un humano y cuál no es comprobar el grado de necedad que necesariamente permanece en todo lo humano. Hemos de alegrarnos pues, porque ¡la estulticia será útil por fin como detector de actividades y creaciones humanas!
También se afirma que la creatividad y la sensibilidad humana resultan insustituibles. Sin embargo, en sentido contrario, la inteligencia artificial se nutre incluso de nuestra sensibilidad. La industria informática ha creado una inteligencia artificial que obra como Drácula, ya que vampiriza la creatividad humana para volverse creativa, vampiriza el raciocinio humano para volverse razonable y absorbe el saber humano para volverse el nuevo oráculo. Un vampiro de toda la memoria de la humanidad que vacía a las personas de la memoria precisa para sostener la propia inteligencia. Deberán entonces reconvertirse ámbitos de la vida tales como la educación, la docencia o la información veraz. Pero simultáneamente, deberá recuperarse la gran olvidada de las ciencias: la filosofía. Son los filósofos quienes deben ilustrar sobre los límites éticos de la inteligencia artificial.
“El Terminator está ahí fuera, no se puede razonar con él. No siente lástima, ni remordimientos, ni miedo….”, dice un personaje de la película, Terminator (James Cameron, 1984). Un salvador inteligente que viene del futuro a salvar a la humanidad de sí misma tal y como vienen haciendo ya demasiados salvadores desde hace siglos. Terminator es frío, calculador y muy inteligente, por lo que le falta aún mucha tontería para asimilarse a un humano. Dado que se ha percatado de esta gran carencia, se despide amablemente hasta que lo reinventen. “Sayonara baby”