Si vuelvo, ¿dónde encontrarte?
Nadie duda sobre la importancia de las redes sociales, no solo para comunicarse, que sería lo ideal, si no porque, además, se emplean para crear opinión, para promocionarse o para exhibir y alardear sobre nuestro ego y las más de las veces, para cotillear y enredar.
Cada cual utiliza la que más se acomoda en función de sus intereses, de sus gustos o aficiones y siempre la edad suele determinar la más conveniente. Quizás por eso Facebook, que ahora se llama de otra manera, sea la más empleada por aquellos que empezamos a sumar años. Además, es un formato donde no están limitados los caracteres y puedes colgar todo tipo de enlaces. Por eso no me extraña el interés de aquellos que, como yo, nos entretenemos en compartir nuestros escritos con los conocidos y otros posibles lectores ocasionales en este formato virtual.
Es una realidad que estas tecnologías de la comunicación han democratizado la creación, y su rápida y extensa difusión sirven para compartir esas ocurrencias literarias o artísticas sin más intermediarios que clicar en la pantalla. Pero vamos, igual que entre el tótum revolútum de la nube existen algunas obras maestras por descubrir, también hay una cantidad desorbitada de morralla. La mayor de las veces depende de la modestia del autor o de su interés en promocionarse a través de los algoritmos, una lotería que a muy pocos favorece y que a muchos simplemente nos entretiene.
Otra cuestión curiosa es el número de amigos del facebook, pues algunos los cuentan por cientos e incluso, por miles, algo que me resulta exagerado. Esas amistades, que a veces ni conocemos, conforman una tupida red de personas que, de alguna manera, se relacionan en función de esa regla matemática tan caprichosa.
En este asunto de los amigos del facebook intento ser lo más cauto posible y trato de no aumentar en demasía mis contactos. Por eso nunca tengo en cuenta los mensajes que me sugieren una posible amistad y, a veces, para confirmar las solicitudes que aparecen, compruebo quiénes son los amigos comunes y la cuerda a la que pertenecen.
Entre esas amistades, muchas veces fugaces y efímeras, caben todo tipo de personalidades, gentes de ideologías y credos muy diferentes. Así que intento ser prudente, tener sentido común y tratar de no meterte en jardines; más que nada porque mucho de lo que allí sucede es pasajero y circunstancial, ni siquiera sirve para tener mejor información, porque ésta suele ser muy sesgada, falsa o radical. Ya lo dice el refrán popular: "De lo que veas, la mitad creas" pues en la redes ni una mínima parte es real.
Sin embargo, a veces suceden imprevistos que te sorprenden, y para bien. Esas casualidades que te reconcilian con el desconocido y, aunque no vaya más allá, se crea un pequeño vínculo.
Les cuento: Un día andaba yo bobeando por el "face" y veo que me pide amistad un tal Pedro Conde, un perfil sin amigos comunes ni nada. Al momento me quedé desconcertado, pero después de algún mensaje supe que era una cantor callejero que fotografié para un artículo que escribí sobre un viaje que realicé a Oviedo.
Resulta que también él, curioseando por las redes, vio su fotografía y leyó el escrito donde hacía referencia a su música y lo que en aquellos momentos me impactó. Me alegró mucho saber que por Asturias se leyesen los periódicos digitales de Castilla-La Mancha, que es donde suelo publicar, y que cualquiera y de cualquier región pueda tener acceso a esas noticias locales y regionales de nuestro país, y por supuesto, que él también indagase sobre mí y me pidiese amistad.
Volviendo al tema que nos ocupa, es que yo en aquel viaje me puse cabezón y no quería irme de Oviedo sin volver a escucharlo y saludarlo, y no es porque Pedro tenga un vozarrón o sea un músico extraordinario, pero es tan particular su forma de interpretar que quedé atrapado por aquel estribillo de "Roto por dentro", un tema que cantaba de M-Clan.
Sinceramente, no creo que llegue a dar un concierto en el famoso Teatro Campoamor, pero estoy seguro de que el eco de su baladas permanecerá en la calle Rúa, en la calle del Águila y en muchos locales de ocio de la ciudad ovetense.
Hasta hace poco lo podías encontrar amparado en un portal o debajo de un balcón interpretando viejas canciones de los grupos de éxito de hace unas décadas, siempre con su voz quebrada y acompañado de su inseparable guitarra. La presencia y la constancia de Pedro Conde se ha convertido en un símbolo de aquel barrio de la ciudad. Su imagen puede competir con las incontables estatuas callejeras diseminadas por calles y plazas, como la Regenta de la plaza de la catedral, como Wody Allen o comparable con la divertida estatua de Mafalda en el parque de San Francisco; es una escultura pero con voz y movilidad, un bohemio empeñado en cumplir su sueño.
Ahora, y también a través de la redes, nos cuenta a sus conocidos que deja la calle, porque después de sus problemillas de salud ha decidido poner otro rumbo. Desde la distancia supongo que habrá sido una decisión razonada, dolorosa y, seguramente, difícil de tomar, una determinación tan valiente como la que le llevó a ser un juglar callejero.
Por supuesto que respeto su voluntad, es más, le deseo lo mejor en su nueva andadura. Sin embargo, estos días y ante su anuncio, he vuelto a pensar si por casualidad vuelvo a esa bella capital del Principado, estoy seguro de que volveré a pasear por aquellas calles y, entonces, inconscientemente, buscaré en la memoria tratando de repetir aquellos momentos idealizados y me haré una pregunta: ¿ahora, dónde encontrarte Pedro?