La reaparición de Ramona
Artículo escrito por Rafael Toledo Díaz
No, no estaba preocupado, sin embargo me parecía raro no haberme encontrado por el barrio a mi vecina durante los últimos meses, ni en el mercado, ni en la churrería o por la calle, nada, de repente había desaparecido. De vez en cuando pensaba en su ausencia, tan extraña que, no sé; quizás le dio la ventolera y se había ido de la ciudad harta del bullicio, o se había mudado a cualquier pueblo de la España vaciada. Pero en cualquier caso me lo hubiese anunciado porque ella es muy extrovertida y lo casca todo, y además porque siempre nos hemos llevado muy bien.
Por eso cuando la vi venir aquella mañana subiendo por el bulevar me alegré un montón y, de un plumazo, descarté todas las elucubraciones anteriores. Nos saludamos efusivamente y casi al mismo tiempo decidimos sentarnos en la terraza del bar bajo la sombra de los plátanos, así podíamos aprovechar estos días de calor antes de que el mal tiempo nos privase de este lugar tan familiar, porque teníamos muchas cosas que contarnos y no era plan de estar a pie parado, debíamos retomar nuestro afecto pues, desde la pandemia, hemos perdido mucho contacto con los amigos y conocidos.
Lo primero que hice fue preguntarle por su espantada y lo raro de no saber de su familia durante tanto tiempo. Entonces, Ramona, que ya había empezado a dar buena cuenta de una tostada con tomate, me contó que su Paco se había jubilado a mediados de mayo, que estaba harto de encadenar trabajos precarios y, además, porque ya había cotizado bastante y acceder a una pensión resulta cada vez más complicado.
Así que, cuando resolvió el papeleo se fueron al pueblo para poner en orden otros asuntos pendientes, luego la cosa se alargó y como ha hecho tanto calor este verano, se quedaron en la casa que tienen allí porque estaban más fresquitos, pero, sobre todo, más tranquilos. A mi pregunta de no saberlo me dijo que tomaron la decisión de un día para otro, por eso no tuvo tiempo de contármelo.
Aquella mañana del recién estrenado otoño fue muy provechosa, Ramona y yo hablamos de lo divino y de lo humano aportando nuestros puntos de vista sobre la situación actual. Me contó que estaba al tanto de las noticias porque al amanecer escuchaba un ratito la radio, pero que estaba harta del exceso de información, cansada de que todos los telediarios fuesen iguales, que nada les diferenciaba y que muchos de ellos, sobre todo, los de por la noche, eran como un corta-pega de la mañana.
Ramona me reveló en un tono misterioso que en sus ratos libres le ha dado por leer novelas románticas, algo intrascendente dice, pero que la distraen. Ahora por ejemplo está leyendo una de una escritora británica que se llama Jojo Moyes, vaya nombre le digo, y me refiere que ésta se titula "Te regalaré las estrellas" y se la recomendó una amiga que está en un club de lectura. Dándole un sorbo al café, me cuenta que le gusta porque termina bien a pesar de los intrígulis de los personajes y remata que, para malos rollos, ya tenemos la vida real.
Vuelvo al tema de la información e intento que se manifieste sobre aquellas noticias o informes que parecen de relleno, particularmente una muy reciente donde afirman que ahora casi todo el mundo escribe aunque apenas lean. Ramona me asegura que ella podría escribir una buena novela si contase todo sobre su familia, vamos, que menudo culebrón, pero que ni sabe hacerlo, ni quiere darle tres cuartos al pregonero. Se ríe diciéndome que ahora ya escribe libros hasta el "Tato" empezando por los cocineros y terminando por los famosillos, que todo el mundo se ha tomado al pie de la letra eso que dicen que hay que hacer en la vida, tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, y como lo de los hijos está complicado y los árboles con la sequía lo tienen difícil, pues hale, todo el mundo a publicar.
Le refiero entonces que escribir puede ser un escape y que con las nuevas tecnologías y las redes se ha democratizado la literatura. Pero ella no termina de estar de acuerdo conmigo y me argumenta su parecer, Ramona opina que pueden encontrarse en la red o en la autoedición relatos excelentes e interesantes, pero que si no hay filtros, cualquier paparrucha puede publicarse. No le falta razón a mi vecina y para llegar a un punto común le manifiesto que el tiempo pondrá a cada cual en su lugar. Ramona se ríe y me cuenta que ha escuchado decir que, algunos estudiantes, saben del nobel de literatura Vargas Llosa porque es el novio de la Preysler y no me digas que no es triste que la fama sea más importante que toda una trayectoria, y remata diciendo, aunque este escritor de renombre no es santo de mi devoción.
Ramona me ha dejado descolocado con su punto de vista, aún así le confieso que yo también he escrito una especie de biografía, como unas memorias dedicadas a mi nieta para que llegado el momento tenga conocimiento de sus raíces manchegas. Le advierto a Ramona que, cuando las dí por concluidas, la guerra de Ucrania llevaba cuatro meses y, mira ahora, le digo, ya no llevo la cuenta de los meses que van desde que empezó contienda.
Ella, que es más sensata de lo que muchos se creen, me asegura que esto va para largo y muy seria dice que lo triste son las consecuencias que estamos sufriendo todos, más, los más necesitados que se llevan todos los palos. Con su sabiduría popular afirma que, cuando muchos pierden, unos pocos ganan, y mucho, apuntilla. Ramona sentencia que deberá pasar mucho tiempo para conocer el quid de este conflicto, que los medios son muy dados a simplificar, mientras tanto, todos jodidos, afirma apurando el café.
Pero les aseguro que no toda la conversación fue tan seria y, al final, terminamos riendo y hablando de la separación de Tamara y lo que dijo el cura de Valdepeñas sobre esta ruptura tan mediática, que un tentempié es una oportunidad ideal para aliviarse con el cotilleo y las chuflas de la calle.
Así, entre pitos y flautas, se nos pasó la mañana que casi empalmamos el desayuno con el aperitivo, pero como a los dos se nos sube a la cabeza el vermú decidimos concluir la conversación. Ramona y yo nos alegramos del reencuentro y de su vuelta al barrio y a la rutina. A partir de ahora espero que no se nos acumulen tantos temas de conversación y, por el bien de su Paco y mi santa, confío en que los siguientes encuentros sean más fugaces. Se nos había hecho tarde sí, pero qué sería de la vida sin estos ratitos...