¡¡Caramba, casi me atropella mayo!! Y aunque la expresión puede desconcertar por rara y extravagante, viene a cuento por el escaso margen de tiempo para aceptar el reto de El Globosonda para este mes. Sin embargo, elegido el tema, reconozco que me gusta y además lo considero muy acertado para la primavera.
Otra cosa es cómo meterle mano a un asunto tan importante y amplio sobre este sentido del olfato, tan primordial e importante para tener una vida plena. Una materia repleta de gamas y matices, desde las evidentes fragancias a los ambiguos e indefinidos perfumes. Además, y dependiendo de cada uno de nosotros, le daremos mayor o menor importancia en nuestro entorno cotidiano.
"Algo huele a podrido" es una expresión coloquial que utiliza la alegoría del olfato cuando se sospecha de actitudes deshonestas, cuando no delictivas en muchos ámbitos de la vida social, sobre todo en la política, en la economía o en la empresa, e incluso en las relaciones humanas. Un tufo al que nos hemos acostumbrado, un mal de nuestro tiempo que, desgraciadamente, ningún desodorante o perfume puede disimular.
Malos y buenos olores y siempre dependiendo de las circunstancias. Si me dan a escoger, prefiero el olor festivo de la pólvora, de una traca o mascletá, a la pestilencia explosiva de bombas y proyectiles junto al hedor de la muerte y la destrucción.
Pero de repente me vienen a la mente otras emanaciones que me reconcilian con algo provechoso, sobre todo para mi organismo. Me refiero al olor que desprenden los alimentos, cuando estamos a punto de elaborarlos en la cocina. La sensualidad, la voluptuosidad, el gozo y el deleite que provocan los vapores y aromas cuando cocinamos determinados platos como caldos, guisos y asados que invitan a desarrollar otros sentidos esenciales. También hay excepciones que provocan rechazo, por ejemplo, cuando hervimos coliflor, de repente la fetidez invade mi cocina y su tufarada me provoca rechazo. Por tanto, siempre suspiro ante la agradable fragancia de un obrador y reniego de los efluvios de cloacas y alcantarillas.
También y como es lógico, algunos olores caen en desuso y pasan de moda, se vuelven rancios y su recuerdo nos suele provocar una sonrisa. Qué me dicen de Varón Dandy, una colonia que marcó a toda una generación de hombres, con sus aromas a madera, a cuero, a esencias de incienso etc. según dice su publicidad. Otro claro ejemplo es la loción para después del afeitado Floid, olores de ayer inconfundibles, como el trasnochado Pachuli el perfume preferido de los hippies.
Hay otras esencias que permanecen constantes por su extrema sencillez y que nos resultan cotidianas y asequibles, como el olor de la ropa limpia, del jabón o la fragancia que emana la simple higiene corporal.
Ahora que empiezo a sumar años y canas percibo la disminución de algunos sentidos , entre ellos el olfato, y como no me resigno, utilizo un recurso para suplir este déficit recordando sensaciones de mi niñez grabadas en la memoria. Por eso, tratando de compensar el cansancio de mis células olfativas me animo a recordar aromas que se alojan en mi subconsciente, como si de una ligera mochila se tratase, como un tesoro al que recurrir cuando percibo el declive de mi pituitaria.
En fechas como esta, y aunque ya atenuada mi fe, me provocan una sonrisa aquellas tardes de mayo y los cantos a María en el colegio, con sus altares repletos de rosas y celindas que emanaban un olor dulzón que, asociado a los rezos, nos incitaban al sopor.
Pero sobre todo rememoro aquellas sensaciones que percibí en un pasado lejano, y entonces echo de menos el olor a humedad antes de la tormenta, el aroma de la hierba recién cortada, la fragancia áspera y seca de la mies en la era, el olor a cera e incienso durante la Semana Santa e, imprescindible, necesito el olor del mosto fermentando en las tinajas al iniciarse el otoño.