Aturdido, un estado anímico
Les confieso que he tenido mis dudas sobre si comparar el aturdimiento con el noqueo. Menos mal que he consultado con el diccionario y, aunque no es igual una cosa que otra, al paso que vamos, no tardaremos mucho en estar noqueados.
Es evidente que noquear es un término muy propio del boxeo, una disciplina deportiva que va a menos, sobre todo en cuanto a visibilidad y difusión. Pero, aunque el pugilismo no está de moda, debemos reconocer que muchas situaciones de nuestra vida diaria suponen un combate interminable contra un contrincante difícil y esquivo, cuando no invisible.
Pero centrémonos en aturdidos, que es el tema que han propuesto los temerarios de El Globosonda para este mes; unas tipas, tipos y tipes (jaja) que cada vez lo ponen más complicado.
Desconcertado y hecho un lío estoy tras la lectura del penúltimo libro que pasó por mis manos. Se trata de un ensayo de la joven escritora y activista "trans" licenciada en Filosofía y Letras Modernas Elizabeth Duval titulado: "Melancolía: Metamorfosis de una ilusión política”.
Reconozco que tuve que hacer un esfuerzo para llegar al final porque, quizás como cualquier ensayo, es complejo y farragoso. Con demasiadas referencias a estudios de otros autores. Un texto repleto de términos técnicos y artificiosos que en nada ayudan al lector medio a entender el mensaje que la autora pretende dar. Solo, y ya al final, dos capítulos con claras referencias a lo personal e íntimo son asumibles y logré comprender alguna de las ideas expresadas.
Lo cierto y verdad es que ya en las primeras páginas cuando se refiere al "alma" y utilizar el término "melancolía" referido a la política me empezó a confundir bastante, mucho más cuando la autora es tan joven. Menos mal que otras obras no me dejan tanta confusión y desasosiego, al fin y al cabo su lectura significó un ejercicio de perseverancia ante un universo desconocido.
Otro asunto más cotidiano y que me gustaría reflejar es el aturdimiento colectivo que ocasiona el uso del teléfono móvil, aunque la telefonía como tal es lo que menos se utiliza en estos dispositivos.
Cada amanecer observo confuso como un tropel de chavales, chavalas y demás géneros (por lo de la inclusión, que esta última lectura me ha dejado tocado jaja) que, camino del instituto, marchan cabizbajos y seducidos por el brillo de la pantallas. Algunos, manejando los pulgares a ritmo de vértigo al escribir. Otros, más temerarios, y a la vez, encienden con desparpajo el primer cigarrillo del día.
Pero no solo ellos están enganchados al móvil, también gente de otras edades y hasta jubilados, que no sé qué carajo mirarán a esas horas en las que apenas ha salido el sol. La situación se repite con cualquiera que te cruces, todos como zombis tropezando en los bordillos de las aceras, inconscientes ante el tráfico y las vías del tranvía, atrapados cual magnetismo pero ¿ante qué?, me pregunto. Seguramente, y sin temor a equivocarme, frente a simplezas y naderías. Un comportamiento que me resulta ilógico y antinatural pero que, sin embargo, se ha convertido en un hábito obsesivo.
Es evidente que, a pesar de todas estas herramientas, ni estamos más informados, ni somos más listos, ni estamos más comunicados con el semejante.
Y como no hay dos sin tres, qué decir sobre el estancamiento de la situación política en nuestro país durante estos ya largos meses. Ante el actual atolladero no sé si estoy aturdido o resignado. Menos mal que la rutina diaria me atrapa y desconecto sobre un asunto que, aunque nos afecta a todos, solo ellos, en su afán por mantener las cuotas de poder, pueden desatascar y resolver el embrollo que supone esta parálisis.
Y más que aturdido, ando abrumado por la espiral de hostilidades que recientemente nos desbordan. Resulta increíble la capacidad que tenemos de soportar tanta violencia, aunque sea a través de crónicas e imágenes en los informativos. Y sobre todo, la frustración por el desconcierto y la incapacidad de los líderes políticos para solucionar o encauzar alguno de los muchos conflictos que nos afectan.
Aparte de todas las circunstancias referidas, a veces me pregunto si mi aturdimiento aumenta o se muestra más explícito también por la rara climatología que soportamos pues, en el otoño, con días de frío, lluvia, y viendo caer las hojas, ya tenemos suficiente para atemperar nuestro ánimo sin volvernos tarumbas.