Estos días, con motivo del asalto en Brasil, se está oyendo la palabra metástasis, en referencia a como se está extendiendo el fascismo. No ha aparecido siempre, a lo largo de la historia, de la misma forma; ni las consecuencias fueron siempre las mismas. Recientemente, lo hemos visto, en la cuna de la democracia, en Estados Unidos, gobernando una legislatura; una ultraderecha gobernando la tercera economía europea, en Italia; de una forma o de otra, está presente en la mayoría de países europeos; en España la tenemos presente apoyando o participando en gobiernos autonómicos.
Así empezó en otras etapas de la historia y terminó convertida en el azote de la humanidad. ¿Es miedo? No. Ese fascismo destructor y genocida no puede volver, creo yo. Pero lo que sí representa es el peligro de un retroceso en los avances sociales y derechos humanos que se han conseguido y se siguen consiguiendo. Se presentan tachando de ilegítimos a los gobiernos que no son de su tendencia, y desmontan los avances sociales que solo tienen cabida en democracias consolidadas.
Es inevitable, han existido siempre, sectores que viven bajo la obsesión de dominar a los demás, cueste lo que cueste, sin miramientos a las consecuencias. Hoy, por suerte, la diferencia, es que solos no pueden. Tiene que haber alguien que les tienda la mano y les ayude, quizá sin tener conciencia de ello, pero los hay. En estos momentos la llave que controla la llegada y la extensión de la ultraderecha la tiene la derecha democrática, que cuando no tiene el apoyo electoral suficiente recurre a ellos, sin valorar el peligro. Una derecha conservadora y democristiana que necesita la sociedad actual y que tanto ha contribuido a la consolidación de la democracia.
Actitudes que contribuyen a deslegitimar a los gobiernos, estrategias basadas en el miedo a que vienen los malvados comunistas, declaraciones de que el gobierno está intervenido por los independentistas, mentiras conducentes a introducir el odio como arma electoral, favorecen la incubación de movimientos no deseables. Afirmaciones diciendo que si lo de Brasil ocurriera en España, Pedro Sánchez lo consideraría como un simple desorden público. ¡Qué barbaridad! La mentira no vale, la mentira daña. En España tenemos el delito de rebelión castigado con penas que rondan los 30 años de prisión. Estas actitudes favorecen la metástasis que nos acecha.