Víctima sí, victimista no
“No creo que todas las mujeres, ante un caso así, puedan denunciar. Porque denunciar significa romper con todo. Y que te rompan”, declara Nevenka Fernández, quien vive en Irlanda a raíz de los hechos y a propósito de la película que Icíar Bollaín ha rodado sobre su `historia´. Aún no se sabe por qué la `historia´ es de Nevenka y no del agresor sexual que la violó a saber, aquel Alcalde de Ponferrada, Ismael Fernández.
Gisèle Pélicot no ha denunciado pero no se ha escondido ni se ha visto obligada (todavía) a marcharse de su país. La `historia´ de Giséle no es tanto suya como de su perverso esposo y de los treinta y dos acusados de violarla. Sin embargo, en este caso, Gisèle tiene poco que perder y mucho que ganar. Gisèle no quiere biombo para no ver a los acusados presuntos violadores, ni presta declaración en la sala vacía. Esta mujer está manifestando con su sola imagen que sí, que ha sido víctima de una violación, pero que de ninguna de las maneras adoptará una actitud victimista.
Efectivamente, no es lo mismo ser víctima que victimista. La gran diferencia estriba en que la víctima tiene el poder de encajar el golpe, levantarse y continuar adelante con su cabeza más alta que la del agresor. Una víctima victimista sigue acostada en su cama de clavos porque se ve enganchada a su propio y continuo sangrado.
Salvo que en el juicio oral recaiga una sentencia absolutoria de su esposo y de los acusados, la justicia francesa está juzgando cómo un esposo convertía a su esposa en cosa para ser usada. Le robó su voluntad, su esencia de persona y la convirtió en un saco de carne que vendía en un mercado perverso. Resulta incomprensible que los acusados respondan a perfiles sociales normales, que contesten a los interrogatorios diciendo que no tenían la intención de violarla y que podían hacerlo porque el marido lo autorizaba. Las respuestas son las normales en hombres normales que entienden que una esposa es una cosa apropiable, disponible y susceptible de vender. De hecho, contactaban con el esposo-vendedor a través de un chat denominado “Sin su consentimiento”
Un acusado alega que había “actuado bajo impulsos” que “no pudo controlar”. ¿Qué clase de impulso irrefrenable siente quien contrata una relación sexual en un chat, al cual hay que entrar, pagar, dirigirse a la vivienda, desnudarse en la cocina y calentarse las manos para no despertar a la mujer que vas a violar? Quien debe realizar toda esta cadena de hechos no obra bajo un impulso incontrolable sino con una premeditación repugnante.
Afortunadamente, hay personas como Gisèle Pelícot quien, ante diez años de agresiones sexuales es capaz de levantarse, coger el fardo de vergüenza que verterían sobre ella y depositarlo en la repulsiva cara de los propietarios legítimos de esa vergüenza: los treinta siete hombres que, al parecer, la violaron y su marido, a quien ella misma describió antes de enterarse de los hechos como “un tipo genial”