El premio es la pasión
“Como siempre decía mi padre, algún día vendríamos a la lotería y llevaríamos el número de la realeza, los cinco ceros”, dice Jesús Ruiz, quien es capaz de esperar haciendo cola durante una semana para acceder el primero al Teatro Real el día del sorteo de la lotería. Jesús hace el mismo ritual desde hace dieciséis años: presenciar ese sorteo con pasión. La peculiaridad de Jesús Ruíz quizá no radica tanto en hacer cola durante una semana en la calle, sino en haber sabido heredar la pasión de su padre. Quizá a Jesús no le habrían interesado las faenas y maniobras de la suerte si su padre no le hubiera inculcado esa pasión. Y ese es el tesoro que este señor ya posee: una pasión.
Los bombos dando vueltas, las bolas pequeñas, los niños dando voces. El espectáculo no tiene algo especial. Incluso aburren los niños con la cantinela que tanto han ensayado y por lo que ellos se sienten tan orgullosos. La lotería carece de atractivo si no es porque se trata de toda una celebración y homenaje a la diosa Fortuna, a las infinitas posibilidades del azar. Se celebra la aleatoriedad y se conjura así al destino, al karma y a la providencia.
Celebrar la lotería es creer, por un día, que nuestra vida no depende enteramente de nuestros actos, sino que existen posibilidades de que esa vida mejore sin necesidad de un gran esfuerzo. Creer que nuestra supervivencia en forma de habichuelas no depende de nuestros madrugones, de las horas en el coche, en el metro o encima del tractor. Creer, en fin, que es posible cambiar de vida solo con la casualidad improbable de que un número coincida con el número de una bolita.
¿Y si toca? Si toca no hay que olvidar la imagen de la representación de la mala fortuna la cual se describía como una mujer atada al mástil de un barco sin timón y con las velas rotas por el viento. Ese barco a la deriva sin sentido ni dirección es lo que uno experimenta muchos días del año, yendo o viniendo del trabajo, aguantando inconvenientes, sobrecargas de trabajo o ausencia de trabajo. Si toca, la mujer seguirá atada al mástil.
¿Y si toca? Pues un viaje a unas islas raras, un coche grande, reluciente y con muchos caballos y una casa con balaustradas, frontispicios y un enorme jardín con muchos setos. Para descubrir que la fortuna, la auténtica fortuna consiste en descubrir que uno tiene una pasión en la vida, ese deseo intenso de vivir que solo se encuentra dentro. El auténtico premio es el deseo de lo posible, el entusiasmo sosegado, la alegría serena.
Esa pasión por comprar un boleto con cuatro ceros, como los reyes, como el padre de Jesús Ruíz, que engendró una pasión, la hizo crecer y se la entregó a su hijo. Ahora bien, no hay que olvidar que este señor Jesús Ruíz es consciente de que para ejercer y disfrutar de su tesoro que es su pasión, ha de estar una semana haciendo cola en la calle. El disfrute de las pasiones implica un esfuerzo que no se percibe por la inercia del propio deseo.