Un minuto de escándalo

“La mujer es voluble como pluma al viento. Cambia de palabra y de pensar. (Aunque) sea siempre amable, un hermoso rostro entre lágrimas y risas, es falso” cantaba el gran Enrico Caruso cuando interpretaba la ópera Rigoletto de Giuseppe Verdi (1.851) Y cada vez que se entona esta aria, el público se sonríe, incluidas las mujeres: “La donna è mobile, qual piuma al vento…” Y, como la mujer cambia tanto de criterio como una pluma en el viento, provoca en quienes tienen que aguantarla una incontenible ira que – como hombre – no se puede contener y por esta razón grita, coacciona, amenaza, vuelve a gritar, vuelve a coaccionar y vuelve a amenazar. Hasta que un día su cólera, por supuesto, fruto del razonamiento intrínseco a su género, lo lleva a matar a esa mujer variable con lágrimas falsas. A ver, en un hombre es natural alcanzar estados de ira hasta que su rostro alcanza un tono violáceo, de lo contrario sería un hombre blandengue (El Fary, dixit) Y, en su virtud, dado que la cólera es incontrolable por la propia naturaleza de algunos hijos del gran Adán, pues no solo matan a la mujer con hermoso rostro a la que se refería Verdi, sino que también mata a sus hijos.

En este punto ha de apartarse la ironía, para preguntarse si un hombre que mata o daña a sus hijos para dañar a su esposa, considera a sus hijos como tales o, en cambio, son un objeto más bajo su orden y mando. ¿Son sus hijos o son más objetos de su propiedad?, ¿son sus hijos o son solo lo que la mujer quiere más que a su vida? El individuo que manipula, daña y mata a sus hijos con el objetivo de dañar a su madre solo es un trozo de carne con género masculino. Un hombre es otra cosa.

“La donna è mobile, qual piuma al vento…” Porque él siempre tiene razón y su esposa tiene que darle dicha razón diariamente como quien da papilla a un niño pequeño: “A ver, chiquitín, toma la papilla de razón de hoy. Tienes razón. Tienes razón. Tienes razón” y así se le pasa el ardor guerrero. Salvo en el caso de que el ansia por tener razón sea insuperable y entonces se encaraman a una escopeta de caza y matan a su novia de veinte años y, de paso, a su madre. Posiblemente, su imaginativa ira percibió que una madre es un peligro porque puede orientar y aconsejar a su hija, alejándola de la detentación del macho que razona escopeta en ristre.

“Es siempre misero quien en ella confía y quien le entrega incauto el corazón” continúa diciendo Rigoletto. Giuseppe Verdi fue un genio que inventó el primer `hit´ de la industria discográfica el cual - ¿cómo no? – dedicó al difícil carácter de las mujeres. Sobre todo, de aquellas a las que hay que estrangular por lo mal que se portan, a sus setenta y seis años. Aún no ha salido a la luz esa violencia silenciosa que ocurre día a día en las parejas de esa edad, porque siempre se ha dicho que los trapos sucios se lavan en casa y, además hay que tener en cuenta un poderoso argumento, “¡¡¿dónde vas a ir tú?, ¿eh?, ¿dónde?!!”