De la lucha armada a armar parques y jardines
“El problema era precisamente que muchos no eran ni pervertidos ni sádicos, que eran, y siguen siendo, terriblemente normales” " escribió Hannah Arendt, autora del libro Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal (1.963) a propósito del holocausto nazi. Continúa diciendo en el mismo párrafo: “esta normalidad fue mucho más aterradora que todas las atrocidades en su conjunto” Al mirar las fotografías de los integrantes de las candidaturas para las elecciones municipales en Euskadi y que fueron condenados por diversos delitos de terrorismo, se aprecia la no tan obvia normalidad de sus rostros. Se normalizó la coacción ambiental, el pueblo aprendió a callar para proteger a sus familias. Además, caminando por la delgada línea que separa el bien del mal, el pueblo aprendió a respaldar a las asociaciones cercanas al terrorismo para mostrar su irreprochabilidad moral ante la banda terrorista. Su actitud decía cada día: “A mí no se me puede señalar. Mi familia y yo gritamos como orcos en cada manifestación, actos violentos y fiestas de guardar. Mi niño rompe primorosamente cajeros automáticos y quema contenedores a destajo” Había que demostrar continuamente la militancia y la simpatía con la banda terrorista. La intimidación estaba en el mismo aire que se respiraba y, como en toda comunidad y colectivo, cada individuo debía elegir quién quería ser, si intimidador o intimidado. Elegir entre acosador o acosado es una elección intestinal, siendo la elección más fácil y satisfactoria la de ser intimidador ya que acosar y amenazar debía producir subidón de endorfinas al paisanaje. Se trataba de esa satisfacción pueril que experimentaban aquellos aprendices de caciquillo con pañuelo palestino, y que sintieron tan solo a corto plazo y sin prever que después de tan escatológico y vergonzante autorretrato, vendría la paz. Y la paz pide cuentas: ¿quién fuiste?, ¿intimidaste a tu vecino?, ¿te apuntaste al griterío del gentío?, ¿justificaste asesinatos? La paz no exige venganza sino coherencia, que es peor.
Llegan las elecciones municipales y el problema no radica en que esta personas se hayan incluido en las candidaturas a las Alcaldías, desde el punto y hora en que cumplieron sus respectivas condenas. Ellos mismos deberían temer salir como cargos electos. En esos rostros aún se atisba el veneno – ingenuo o no- de la peligrosa ideología del patriotismo y del perverso romanticismo de luchar por el retorcido invento de la patria ¿Cómo bajarán del limbo de la ideología patriótica a la realidad de la red de saneamiento municipal? Ese será su gran problema. ¿Cómo descender de la lucha callejera por un ideal supremo a la compra de papeleras? La obra de asfaltado de una calle no tiene bandera; el contrato de limpieza de un edificio tiene poco romanticismo ideológico. Debe ser agridulce, si no amargo, que después de aspirar a tan altos ideales, tan solo le queden a uno las fiestas del pueblo para enarbolar la bandera rancia de la patria. De todas las patrias.