El calentamiento global de una enorme piedra redonda
“En algún lugar alguien debería escribir, que este mundo no es más que una enorme piedra redonda”, dice un verso de la canción La Piedra Redonda de El Último de la Fila (Como la cabeza al sombrero, 1988). Más positivo y también más prosaico fue el astronauta del Apolo 11 Neil Armstrong al afirmar “De repente me di cuenta de que ese pequeño guisante, bonito y azul, era la Tierra” Ahora, mandatarios de todo el mundo se encuentran reunidos en la cumbre sobre el cambio climático en Glasgow intentando salvar de nosotros mismos a la enorme piedra redonda. Van veintiséis veces que se reúnen sin que las repercusiones del cambio climático hayan cesado en estos veinticinco años.
¿Cómo se convence a una comunidad global de que las necesidades que las potencias económicas han creado en las sociedades deben cambiar esas necesidades por renuncias? Fueron ellos quienes crearon el desarrollo económico y quienes inventaron para cada uno de nosotros una serie de necesidades que ahora resultan no ser tales. No se trata de dejar menos huella de carbono que una tribu nómada india americana, viajando tras los bisontes. Se trata de la fuerte contradicción que radica en invitar al consumo y al crecimiento económico al mismo tiempo que se insiste en la concienciación para disminuir precisamente ese consumismo. Cabe preguntarse a través de qué mecanismos se hará renunciar a los individuos a esos usos propios de una clase media que lo es precisamente porque manifiesta su poder adquisitivo por signos externos: las modas, el diseño de interiores, de exteriores, el consumo de experiencias para exhibir en redes sociales o el uso del vehículo como mejor signo de pertenencia a una determinada clase social. Y, ya en términos macroeconómicos, ¿con qué legitimidad se puede exigir a los países en vías de desarrollo que no hagan exactamente lo mismo que han hecho las viejas potencias económicas para llegar a ser países desarrollados?
Mucho nos tememos que las actuaciones para combatir el calentamiento global van mucho más allá de modificar hábitos de consumo y que se extienden a un significativo cambio de modo de vida. Sin que quepa esperar que se nos imponga vivir en una tinaja, como el filósofo griego Diógenes, sí es esperable un mundo con menos luz artificial que imponga vivir al unísono de la luz natural y no está mal. Un lugar en el que los animales se traten como compañeros de piso o de enorme piedra redonda en lugar de tratarlos como objetos industrializados, tampoco parece que esté mal. Vivir más despacio, con menos relojes, más compañía, menos necesidades, más deseos satisfechos por la sofisticación de la sencillez. Y no parece que esté mal.
Hay otra opción, negar que exista el cambio climático, considerar que el planeta es infinito y que el calentamiento global es otra invención de seres maquiavélicos que dirigen el pensamiento social. Y es que debajo del ala encuentran calor ciertas cabezas.