Ayuso en un círculo negro
“Cuando una persona mayor estaba gravemente enferma, con la carga viral que había entonces, no se salvaba en ningún sitio” manifestó en sede parlamentaria la Presidente de la Comunidad de Madrid, Isabel Diaz Ayuso en un debate sobre la gestión de las residencias de ancianos en la Comunidad de Madrid. Probablemente, no se habrían salvado, pero todos y cada uno de los fallecidos por coronavirus en aquel 2020 y siguientes, tenían derecho a un fallecimiento digno. La pandemia vino como un ciclón que desbarató la vida de los vivos y de los muertos. No imaginábamos que se podía morir de aquella manera tan lejana a nuestra imaginación.
En algunas residencias de Madrid, cuando en una habitación había una persona contagiada, se cerraba la puerta y se pegaba en ella un círculo negro. El círculo negro avisaba de que ahí ya no se podía entrar. Solo quedaba esperar. Solo. Sin aire. Solo.
Mientras ocurría aquella siniestra selección de enfermos, la gente en España caminaba como zombis en chándal por las calles muertas de gente. Y, con el paso de las semanas entendimos que la palabra solidaridad tenía serios matices. ¿A quién se le puede exigir que cuide a un enfermo arriesgando su vida y la de los demás? Aun así, el personal sanitario continuó trabajando con precarios equipos de protección personal.
“¡Más humanidad!”, exigía la Presidente Ayuso en el parlamento autonómico a los grupos de la oposición. En aquel año 2020 el Sistema Nacional de Salud carecía de medios humanos y materiales para enfrentar una pandemia como aquella, por lo que no se podía exigir aquello que, simplemente, no existía. Sin embargo, en este año 2024 sí resulta exigible que la Presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid no apele al humanitarismo cuando sabe y conoce que existió el llamado “protocolo de la vergüenza”. Las actas de la policía local que han trascendido dejan constancia de que los fallecidos yacían en lugares inadecuados y de que se ordenó que no se trasladaran enfermos desde las residencias a los hospitales.
Desde que entendimos qué era un respirador y que no había suficientes respiradores para todos los enfermos, vislumbramos cómo sería fallecer como un pez fuera del agua. Tantos peces olvidados en aquellas rocas secas del año 2020 deberían imbuir, como dijo el poeta, un respeto imponente.
“¡Iban a morir igual!” sí, pero la Presidente debe hablar de ellos con el debido respeto. Y, sobre todo, Isabel debería acordarse de aquellos que son nuestros muertos, todas y cada una de las veces que respira y, después de entender qué es el privilegio de respirar, callarse.